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Actualizado: 28 de mayo de 2025
El hombre parecía enfermo; era más joven que ella, pero enflaquecido por las dolencias, pálido, con una palidez transparente de hostia, los claros ojos brillantes de fiebre, el angosto pecho agitado por ruda y continua tos. Unas patillas finísimas sombreaban sus mejillas; una cabellera tumultuosa de león coronaba su frente, cayendo atrás en cascada de rizos.
Cuando el sacerdote mostró la Sagrada Partícula hubo necesidad de advertirle que se arrodillase. La escena era triste e imponente para cualquiera, cuanto más para una hija. Las luces de cera chisporroteaban lúgubremente en el silencio de la alcoba y arrojaban trémulos y amarillos reflejos a las paredes. La voz del cura al levantar la Hostia era aún más lúgubre que el chisporroteo de las hachas.
La aurora de los trópicos, como flor cabalística, pone en tus ondas tersas coloración artística, mientras mancha el azul una paloma mística, que es muy blanca, tan blanca como la hostia eucarística. Por tus aguas bogaron en primitivas barcas, con sus lanzas y bolos los tagalos monarcas, a lidiar con el hombre de las pupilas zarcas que invadió hace tres siglos las malayas comarcas.
Antonia, débil mujer, no podía contener los sollozos que la ahogaban. Transcurrió la ceremonia en medio de aquellas tres penas manifestadas de un modo tan diferente. Terminó el sacerdote su triste misión acercándose a Magdalena, que, incorporada, con las manos cruzadas y los ojos alzados al cielo recibió en sus secos labios la sagrada hostia.
Era la Muerte, la gran señora, la emperatriz del mundo, que se mostraba a él con su blanca y mate majestad, en pleno día, desafiando los esplendores del sol, el azul del cielo, el verde luminoso del mar. El reflejo del astro moribundo ponía una chispa de maligna vida en el óseo rostro de palidez de hostia, en la lobreguez de sus negras cuencas, en su sonrisa que daba espanto... ¡Sí; era ella!
El deán de la catedral, su amigo y confesor, avanzó con la Hostia levantada. Los presentes se hincaron de rodillas. Reinó un silencio lúgubre.
sobre un temblor de ardientes resplandores y de incensarios mágicos y flores ¡tu eres la hostia de mi amor, divina! Como Cristo en la bíblica leyenda yo te digo: "mujer, ¡yo te perdono!" ya que te apartas de la negra senda donde se alberga el mal y arde el encono.
Señora... ¡Hostia!, yo soy un hombre de bien, y conmigo no se queda ninguna nea, ¿estamos? replicó él con aquella rabia superficial que no pasaba de las palabras.
Cuando el sacerdote alzó la sagrada hostia, entre Matildita y otra mujer incorporaron a la enferma, quien nos dirigió una mirada vaga. Al encontrarse sus ojos con los de Olóriz, pintose en ellos un espanto, una angustia, que por largo tiempo tuve impresa su expresión en mi cerebro. Aún hoy no puedo recordarla sin horror. Olóriz se demudó mucho más de lo que estaba.
El milagro de Bolsena, que convenció á un clérigo incrédulo de la presencia real de Cristo en el Sacramento del altar, haciéndole ver las gotas de sangre que destilaba la Hostia, obligó al Papa Urbano IV en 1264 á instituir la fiesta del Corpus.
Palabra del Dia
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