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La iglesia, tan ruidosa e iluminada durante la mañana, despoblábase rápidamente, cayendo en el silencio y la penumbra. Esteban se indignó al ver salir a Gabriel de la carroza eucarística. Te vas a matar: eso no es para ti. ¿Qué capricho ha sido el tuyo?

El sonrosado de la aurora se diluye gradualmente en la celeste diafanidad cenital, como si aquella coloración rojiza del primer instante hubiera sido absorbida por el mismo sol, de tal modo a su paso el rojo de su propia irradiación se desvanece y el contorno de la inextinguible hoguera se destaca nítido en la eucarística limpidez del cielo. Es la hora de las grandes honestidades...

La aurora de los trópicos, como flor cabalística, pone en tus ondas tersas coloración artística, mientras mancha el azul una paloma mística, que es muy blanca, tan blanca como la hostia eucarística. Por tus aguas bogaron en primitivas barcas, con sus lanzas y bolos los tagalos monarcas, a lidiar con el hombre de las pupilas zarcas que invadió hace tres siglos las malayas comarcas.

Y lo llevó al altar mayor, junto a la custodia. Gabriel y ocho hombres más se introdujeron dentro del armazón levantando un paño de los que cubrían sus costados. Habían de encorvarse dentro del artefacto. Su misión era empujarlo para que se deslizara sobre las ruedas ocultas. A ellos sólo les correspondía dar el impulso: fuera, los dos servidores de peluca blanca y traje negro eran los encargados de los timones delantero y trasero, guiando la carroza eucarística por las tortuosas calles. Gabriel fue colocado por sus compañeros en el centro.

Los balcones mostrábanse colgados con antiguos tapices y mantones de Manila; las calles estaban entoldadas, con el pavimento cubierto por una capa de arena para que la carroza eucarística pudiera deslizarse sobre los agudos guijarros. En las cuestas, la custodia avanzaba trabajosamente. Sudaban, jadeantes, los hombres ocultos en el carro.

Canta, poeta, canta. Pienso y no es desvarío, que ha de inmortalizar tu canto al pueblo mío. Septiembre, 1915. Al ver los oros tenues de tu encaje, tu lino de eucarística blancura, quiero curar mi hidalga desventura encarcelado en la prisión de un traje. Tal que mis potros es mi amor salvaje; pero, en mi sed de clásica aventura, yo deshojo una flor a la hermosura y la rindo perpetuo vasallaje.