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Actualizado: 28 de junio de 2025
Esta, habituada al impune apaleo de la muchedumbre sin armas, permanecía indecisa, titubeando con cierta inquietud ante un enemigo resuelto, que, no contento con atacar, avanzaba audazmente. Sonó algo semejante a un chasquido de tralla. El capitán acababa de hacer fuego con su revólver. ¡Fuego, me caso con la hostia! ¡Fuego!
Y me hace Dios con ella mil mercedes y más bien que yo merezco; que yo juraré sobre la hostia consagrada que es tan buena mujer como vive dentro de las puertas de Toledo. Quien otra cosa me dijere, yo me mataré con él." Desta manera no me dicen nada, y yo tengo paz en mi casa.
La purísima hostia, con no tener cara, miraba cual si tuviera ojos... y la sacrílega, al llegar bajo el coro, empezaba a sentir miedo de aquella mirada. «No, no te suelto, ya no vuelves allí... ¡A casa con tu mamá...! ¿sí? ¿Verdad que el niño no llora y quiere ir con su mamá?...». Diciendo esto, atrevíase a agasajar contra su pecho la sagrada forma.
No era una estrella lo que se abría en la tierra refractaria: era una gran hostia de fuego, un sol de color de cereza, con ondulaciones verdes, que abrasaba los ojos hasta cegarlos. El hierro descendía por la canal, esparciéndose en espesa ondulación en las cuadrículas del suelo. Aresti creyó morir de asfixia.
¡Hostia, con la tía bruja esta! dijo para sí Platón, revolviendo las palabras con mugidos; y luego en voz alta : Pues como dije a la señora, si la señora quiere al Pituso, que se aboque con Castelar... Eso sí; para que le hagan a usted ministro... Sr. Izquierdo, no nos venga usted con sandeces. ¿Cree que somos tontas?
La primera fue cuando con bárbara rabia trataron inícua y blasfemamente una sacrosanta Hostia consagrada, que siempre milagrosamente se conservó ilesa, a pesar de su rabia y su furor; la otra cuando en odio de Nuestro Redentor JESUCRISTO crucificaron a un inocente, ejecutando en la imagen viva lo que en el representado no podían sino en la complacencia obstinada de lo que sus mayores hicieron.
¡Siempre el mismo! ¡Eso es! ¡Siempre el mismo! repuso él levantándose. ¡Siempre queriéndote como un babieca! ¡Para mí, criatura, eres y serás la Virgen del Carmen y la Santísima Trinidad y el copón y la hostia!... ¡Calla, Manolo, calla! Habrá que mandarte á la miga. ¡Si fueras tú la maestra!... Adiós, gachona.
De una manera y otra, casado y soltero, trabajando por su cuenta y por la ajena, siempre mal, siempre mal, ¡hostia! La vida inquieta, las súbitas apariciones y desapariciones que hacía, y el haber estado en gurapas algunas temporadillas rodearon de misterio su vida, dándole una reputación deplorable. Se contaban de él horrores.
Palabra del Dia
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