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Actualizado: 28 de junio de 2025
Orgullo y alegría inundaron el alma de la atrevida mujer al mirar en su propia mano la representación visible de Dios... ¡Cómo brillaban los rayos de oro que circundan el viril, y qué misteriosa y plácida majestad la de la hostia purísima, guardada tras el cristal, blanca, divina y con todo el aquel de persona, sin ser más que una sustancia de delicado pan!
Desde entonces brillaron todas las noches luces misteriosas en el mar, y á la salida del sol un enjambre de pececillos venía á situarse frente al barranco, emergiendo sus cabezas del agua para mostrar la hostia que cada uno de ellos llevaba en la boca. En vano quisieron los pescadores quitárselas. Huían mar adentro con su tesoro.
Narada entonces habló así con Agni, dios del fuego, devorador de la ofrecida hostia, conductor alado del holocausto: ¡Oh, tú que te ocultas en el seno de los seres todos, que sin ti no serían, escúchame, Agni, tú que animas el universo.
Sólo yo podía sentarme en él sin profanarle, y sólo yo me sentaba, ejercitando en ello un derecho a la vez que cumplía con un deber, en opinión de aquellos rústicos que me habían jurado, en el fondo de sus corazones, obediencia y lealtad, cuando mi tío, ya moribundo, «me alzó sobre el pavés» al borde de su lecho y delante de la Hostia consagrada. «El rey ha muerto. ¡Viva el rey!» Si es lícito usar ejemplos insignificantes en asuntos de gran monta, como alguien dijo en latín, no dejó de haber algo de ello en lo que me había pasado entonces a mí, y aún me estaba pasando en los días subsiguientes.
Verás: soltaba una risa que a mí me ponía los pelos de punta, y decía muy callandito: «¡Qué guapo estás con tu cara blanca, con tu cara de hostia dentro del cerco de piedras finas!... ¡Oh, qué reguapo estás! No creas que te robo las piedras... Para nada las quiero... Me gustas... ¡te comería!
Maxi salió a la salita, y José Izquierdo se le cuadró ladrándole así: «¡Ah!, era usté. Ora mismo a la calle... brrr... ¡Y que tengo yo un genio mu blando...! Pues si le llego a ver antes ¡hostia!, me caso con la santísima... si le llego a ver antes, por el judío balcón, ¡hostia!, va solutamente a la calle». Sin demostrar temor alguno, Maximiliano sonreía.
Un rato estuvo estirándose, refregándose los ojos con las manazas, y escupiendo más hostias que palabras. «¿Onde está el judío ladrón que ha entrado sin mi premiso?, ¡hostia!, que le parto por la metá». El lenguaje de Segunda no desmerecía del de su hermano por la finura ni por lo escogido de las voces, lo que desagradaba extraordinariamente a Ido.
Lo primero levantaban mil necios testimonios a nuestra Fe: decían, que idolatrábamos continuamente en la adoración de las Imágenes de la Cruz y del Santísimo Sacramento y que creíamos en tres Dioses, sin querer entender jamás que creemos una naturaleza Divina misma subsistente en tres Divinas Personas: ni, que si adoramos la Hostia, es porque en ella consagrada está realmente el mismo Dios en persona, por infinita dignación de su bondad, ni en fin, que no damos el culto al pincel, al nicolor, sinó al representado por ellos y en cuanto en lo representado se venera el agrado del mismo Dios.
No ocultaba su dolor por esto, y aquel día se lo expresó a su tocayo con sentida ingenuidad: «Es una gaita esto de no saber escribir... ¡Hostia!, si yo supiera... Créalo: ese es el por qué de la tirria que me tiene Pi». Don José no le contestó. Estaba doblado por la cintura, porque el digerir las dos enormes chuletas que se había atizado, no se presentaba como un problema de fácil solución.
Renueva el viejo grito que truena por tu historia y dí al patrón heróico: ¡Santiago, y abre España! Abre España a las nuevas corrientes de la vida, abre España al abrazo de sus hijos dispersos y surja del Pirene, como hostia bendecida, el sol de un culto unánime, en el que adore unida la progenie del inca de los cultos diversos.
Palabra del Dia
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