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Actualizado: 29 de junio de 2025
Sí; en último caso, si lo que iba a hacer era un verdadero delito, su honradez heredada, la fuerza de la sangre, limpia de todo crimen, el instinto del bien obrar, en suma, le impedirían llevar a cabo lo que intentaba. Se le trabaría la lengua o se le doblarían las piernas, como en recientes aventuras de otra índole; si nada de esto le sucedía, no debía de haber tal crimen ni tales alforjas».
Presenta animadísimos cuadros de costumbres de ciertas clases sociales, tipos de honradez acrisolada y también de criminal astucia y modelos de fina amistad y compañerismo; conmueve profundamente en su triste desenlace, que, por otra parte, se ve coronado con un nimbo de luz de la divina misericordia, dejando el ánimo del lector suavemente resignado y satisfecho.
Tenía sus desplantes de caballero; comía en el monte lo que le daban por admiración o miedo los de las masías, y si salía en el distrito algún ratero, pronto le alcanzaba su retaco; él tenía su honradez y no quería cargar con robos ajenos. Sangre... eso sí, hasta los codos.
Uno de los argumentos que empleaban los que defendían la honradez del Provisor, consistía en recordar la modestia de su ajuar y de su vida doméstica. Justamente se había hablado de esto la tarde anterior en el Espolón, en un corrillo de murmuradores, clérigos unos, seglares otros.
Dió un paso hacia la puerta pero el pensamiento de quedarme sola con aquel cadáver me quitó toda mi energía. Mi suprema honradez, vencida por los argumentos capciosos de aquel miserable, vacilaba, pronta á ceder.
Amparo protestó: ella no entraba por cosas de ese jaez; quería poder enseñar la cara en cualquier parte; quería, como dijeron los señores de la Unión, moral y honradez ante todo. ¿Si pensarás tú replicó Ana viperinamente que el de Sobrado venía a casarse contigo? ¿El de Sobrado? ¿Y qué tengo yo que ver con el de Sobrado?
Concedo que en honradez y en prendas morales no me aventaje, si bien no hay motivo para no reconocer que me iguala, pero en cambio, ¡qué superioridad tan grande la suya en el exterior y los atractivos de la persona!... Las cosas claritas.... ¿eh?... ¿por qué no se ha de decir que él es un hombre que cautiva, un hombre que despierta simpatías en todo aquel que le trata, mientras yo...?
Pues mil, dos mil, cien mil reales, vamos. Tampoco. Yo pensé que debía poner a aquella infeliz en camino de adquirir una posición decente y estable. Buscarle un marido, no podía ser; estaba casada. Procurarle una manera de vivir con independencia y honradez... ¡ah!, esto es muy difícil. No tiene educación; no sabe trabajar en nada que produzca dinero.
En todas las combinaciones del amor romántico había dado la imaginación de Ana muchas veces, menos en aquélla. «Se concebía el amor sacrílego de un sacerdote de ópera, ¡pero el de un prebendado con alzacuello morado!». Además la honradez protestaba también con su repugnancia instintiva. «Pero De Pas era digno de compasión. Doña Petronila era la que no tenía perdón.
Los que hayan leído El sabor de la tierruca, Don Gonzalo, De tal palo, tal astilla, y aquellos incomparables cuadros cortos de las dos series de las Escenas Montañesas, entre los cuales sobresale el no bastante conocido de La hila, aquí encontrarán, sin que el autor se repita, el mismo mundo de alegría franca, de plácida honradez, de salud rústica, con que ya están familiarizados.
Palabra del Dia
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