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Actualizado: 6 de octubre de 2025


Allí estaban casi todos los jóvenes periodistas, empleados y poetas; cuanta cursi hay en Madrid, esto es, todas las señoras y señoritas de poquísimo dinero que aspiran a ser notadas o conocidas en la buena sociedad, o dígase en la sociedad de más dinero, por mala que sea; muchas familias honradas de la clase media, sin otras aspiraciones que las de aspirar el aire fresco y distraerse un poco oyendo la música; las suripantas o hetairas de todos los grados y categorías, con tal de haberse encontrado poseedoras de una peseta a la hora de entrar; multitud de hombres políticos notables de los quince o veinte partidos que hay en España; un centenar de generales; no pocos diputados, senadores y ministros, y, por último, aquella parte del beau monde que aun no había salido a veranear, que prometía salir, o que se hallaba tan segura de su crédito de pudiente, que no temía comprometerle pasando en Madrid un verano.

Tenía atado al conde con un lazo bien poderoso para las almas honradas, el amor paternal. Al casar al señor de Villanera con una moribunda, aseguraba el porvenir de su hijo y el suyo propio. Pero en la víspera de realizarse aquel atrevido proyecto, descubría dos peligros que no había previsto. Germana podía curar. Si sucumbía, podía arrastrar al conde con ella y legarle un germen mortal.

¡Pues bien... decididamente, huyo el cuerpo a ese santo lazo... estoy desalentado! ¿Por qué? ¡Porque cuanto más observo, más me convenzo de que ya no hay niñas honradas, y, por consecuencia, no puede haber tampoco fieles esposas! ¿Qué ha dicho usted? Digo, que ya no hay mujeres honradas... al menos en nuestra clase... es una especie desaparecida.

Sólo quedó Currita incorporada en su coche, abriendo mucho los claros ojos, abofeteando a todas aquellas mujeres honradas, cuya culpa consistía en admitirla a ella en su trato, con estas candorosísimas palabras, dichas para tranquilizar a su prima: Pero mujer... ¿Qué ha sucedido?... ¿Por qué se van?... Que haya otras dos más, ¿qué importa?...

Sin gran esfuerzo de imaginación, podemos figurarnos el estado de alma de una de aquellas romanas o de aquellas griegas honradas a quienes las leyes civiles y religiosas llamaban al matrimonio y que no encontraban marido. Extrañadas al principio, cada cual podía pensar que siendo más amable y más bella que su vecina, su juventud no se pasaría en un lamentable aislamiento.

Por último, se acercó una mujer, la joven la detuvo y respetuosamente la hizo su pregunta. ¿La calle del Humilladero? dijo la mujer, que era una vieja arrugada y con voz gangosa. , señora. ¿Le parece á usted que está bien detener á las personas honradas de este modo? contestó la vieja muy incomodada.

Así pues, decidme lo que os parezca, y si os pareciere no hacer lo que se os pide, tornadme esos doblones e ireme yo a otra parte en donde mejor dispuestos estén a ayudarme. El alma hubiera dado antes la tía Zarandaja que los doblones, que ya había sepultado en la honda faltriquera que llevaba debajo de la saya. Así es que dijo: Hablando, las gentes se entienden; y cuanto más honradas son, mejor.

Usted, señora duquesa, viene sin duda de altos orígenes, y ha gateado sobre alfombras, y ha roto sonajeros de plata; pero usted se ha mamado el dedo como yo, y ahora somos iguales, y estamos juntos en un ventorrillo, entre honradas chaquetas y más honrados mantones. La humanidad es como el agua; siempre busca su nivel.

Amaury se cruzó de brazos, alzando la vista con verdadera indignación. Con honradas intenciones, por supuesto... ¿Ama usted a Antoñita? , mi buen amigo; puede que no sepas que se me ha muerto otro tío, de modo que hoy poseo una renta de cincuenta mil libras... No hablo de eso. Perdona; yo creo que esta circunstancia no me perjudica.

¡Ah! perfectamente replicó la vizcondesa , así nos juzgan ustedes... ¡no hay mujeres honradas!... y si se encuentra una de la que por casualidad no dudan ustedes... entonces es que ha nacido así como hubiera podido nacer tuerta... no hay mérito porque no ha habido ni tentación, ni lucha, ni nada... ¡Ay, Dios mío! ¡qué duro de oír es eso, y cuán ligeras, injustas y crueles son esas apreciaciones!

Palabra del Dia

neguéis

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