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Actualizado: 7 de julio de 2025
Para cada cosa tenía su precio, aunque como había otras tiendas, porque acudiesen á la mía hacía barato. Pues Villancicos, hervían Sacristanes y Demandaderos de monjas, ciegos me sustentaban á pura oración ocho reales de cada una, y me acuerdo que hice entonces la del Justo juez, grave y sonorosa, que provocaba á gestos.
Como el yacht continuaba navegando en popa y no había que tocar la maniobra, Cornias iba a proa sentado al borde del tejadillo del tambucho, con los brazos cruzados sobre el pecho, la cabeza algo caída, pálido el color, y los ojos completamente en blanco; porque todo su mirar era entonces hacia adentro, donde le hervían las imágenes terribles de los recientes sucesos en que le había alcanzado tan importante papel.
En el hogar hervían varios pucheros vigilados por mujeres puestas de rodillas, y bajo el candil estaba sentado el arreador, el segundo funcionario de la casa, el que acompañaba a los braceros al tajo y vigilaba sus faenas, excitándolos con duras palabras; el que en unión con el aperador formaba lo que llamaban los gañanes el gobierno del cortijo.
Carrozas, y mulas, y caballos, habían llenado las cocheras y las caballerizas; y en el zaguán hervían los lacayos con librea, y daba gozo el ver las escaleras alfombradas y con macetas a todo lo largo de ellas.
Sí, señores, sí, abonados del café Tortoni y de la Opera... sí, un verdadero lago y un verdadero volcán: ahí tienen ustedes todavía el cráter con su forma dilatada y una abertura circular de media legua; vean ustedes las capas de lava, y en el sitio donde hervían el azufre y el salitre, contemplen ahora un lago límpido que se eleva hasta la mitad de ese gran embudo, mientras la otra mitad, cubierta de árboles y musgo, forma una verde muralla de ciento cincuenta pies de altura que baja casi a pico hasta los bordes del lago misterioso, cuyo fondo no se ha encontrado, y sobre el cual nadie se atrevería a lanzarse, porque el remolino de las aguas haría zozobrar en seguida la barca, y el atrevido navegante, precipitado al fondo del abismo, en los fuegos subterráneos, hubiera comenzado como La Pérouse y concluido como Empédocles.
Las gaviotas volaban en círculos, desplomándose á continuación con las alas encogidas para dejarse llevar por las aguas. Los fondos de arena removidos por las corrientes aclaraban el azul del borde de la costa, dándole un tono opalino de ajenjo. En torno del promontorio hervían las espumas, blancas, luminosas, incesantemente renovadas, entre las cabezas de los escollos.
La muralla natural se inclinaba años y años sobre las olas que batían incesantemente su base, hasta que, perdido el centro de gravedad, una noche de tormenta derrumbábase como la cortina de una ciudadela sitiada, deshaciéndose en bloques, poblando el mar de nuevos escollos, prontamente cubiertos de viscosas vegetaciones, en cuyos enmarañamientos hervían las espumas y chisporroteaban las escamas de los peces.
Mis tíos habían invitado a todas sus relaciones para ver pasar las tropas desde los balcones, y Alejandro, bastante mal humorado por cierto, pasó toda esa tarde y parte de la noche en invitar por recado a todas las amistades de la familia. Al día siguiente reinaba en la ciudad un inmenso entusiasmo; hombres y mujeres hervían en el puchero porteño, como diría el autor del Diablo Cojuelo.
Otros hervían en sus casas grandes pucheros de café al iniciarse la temporada de viajes, y llevaban con ellos el negro líquido en botellas, que hacían recalentar, para evitarse este gasto en los hoteles. Los individuos de ciertas cuadrillas pasaban hambre, rezongando en público de la avaricia de los maestros. Gallardo no estaba arrepentido de su vida fastuosa. ¿Y querían que renunciase a ella?...
El efecto que hacía en nuestros cuerpos era el de una llamarada que los azotaba por todos lados: la cara se nos abrasaba como cuando nos asomamos a un horno encendido, y deshechos en sudor, nuestros cuerpos hervían, descomponiéndose la economía entera, desde el instante en que fuertes excitaciones del espíritu dejaban de sostenerla.
Palabra del Dia
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