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Actualizado: 4 de junio de 2025
Olvidaba decirte el principal objeto de mi visita... Master Julio Harvey da una comida pasado mañana y quiere conseguir que cantes en su casa. Jenny Hawkins palideció y dijo con voz temblorosa: ¿Quién encontraré allí? ¿Qué nueva emboscada me prepara usted? ¿Qué atroz prueba quiere hacerme sufrir? Sorege respondió tranquilamente: La última prueba.
¿Cuándo se ha decidido ese matrimonio? ¡Oh! Hace mucho tiempo que se entablaron las negociaciones, que han sido eternas. Hace más de seis meses que Juan está rondando á esa morenilla, pero parece difícil de atrapar. Ha sido preciso el viaje á América para poner las cosas en su punto. ¿Qué viaje á América? Harvey llevó á Sorege á sus propiedades el verano último.
Hay cuadros, pagados muy caro, que no han tenido más mérito que el nombre del coleccionador. Ustedes se burlan de los americanos, continuó Harvey, porque somos espíritus sencillos; nos consideran ustedes casi como salvajes, que bailan cuando se les enseñan unas cuantas bolas de cristal pintado. Hay algo de verdad en ese juicio, pero nuestra sencillez pasará.
Miss Harvey le hizo seña con el abanico de que se aproximara y con todo el ímpetu incontrastable de su naturaleza, le dijo: Venga usted por acá. Estoy encantada de que mi padre me haya presentado al señor de Tragomer, que me está interesando mucho con el asunto de Freneuse, sobre el cual nunca he podido arrancar á usted ni una palabra. ¿Por qué no me ha dicho usted que le creía inocente?
Solamente que no saben nada acerca de nuestro hombre, ó saben tan poco que no vale la pena de hablar de ello. Impresiones morales, nada más. Lo que equivale á decir que vuelvo de vacío. Yo tengo más noticias. He sabido que Sorege se va á casar con miss Lydia Harvey y que ha estado en América.
Voy de paso á encargar el brazalete que master Harvey te va á ofrecer. Mi hombre es galante, aunque pastor, y se permite gastar quinientas libras en adornar con perlas el brazo de Jenny Hawkins. Hasta la noche, pues. Atrajo á sí la cantante, le dió un beso fraternal en la frente y salió silenciosamente con su paso misterioso. Cuando desapareció, Lea se dejó caer desesperada en una butaca.
Uno ó dos de los hijos de Harvey se decidían con frecuencia á ir á ver á su padre á Londres, pues en Inglaterra se encontraban más en su centro que en Francia, cuyas costumbres, ideas y gustos les resultaban insufribles.
Sus duras facciones estaban impregnadas de una indomable energía, sus ojos, entonces muy abiertos, echaban llamas, y se erguía, terrible, pronto á atacar y á defenderse. Detrás de Harvey, habían aparecido Tragomer, Marenval y Jacobo. Sorege les englobó á todos en el mismo insulto: ¡Estabais escuchando en las puertas! Aproximaos, señores, y veréis más cómodamente.
Pero pronto quedó sentado que nada modificaría en las horas de felicidad los proyectos madurados en las de angustia. El mes de agosto expiraba y Julio Harvey anunciaba el propósito de marchar á Portsmouth para hacer provisiones de carbón y de víveres á fin de volver á América. Tenía que arreglar negocios en su país y sus hijos debían volver á los prados para vigilar las ganaderías.
Estaba allí lo más florido de la colonia americana y, ciertamente, los millones de todos los que aquella noche se reunieron en casa de Julio Harvey hubieran bastado para pagar la deuda de un estado europeo.
Palabra del Dia
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