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Actualizado: 4 de mayo de 2025
¡Ah! ¿Habéis hablado de ese proyecto? ¡Proyecto! Pero ¿no es seguro? ¿Lo es algo en el mundo? ¿Y es una americana tu elegida? Sí, una persona encantadora, miss Harvey... ¿La conoces? No tengo ese honor, pero cuento con que querrás presentarme á ella.
En cuanto Harvey encendió un cigarro, se dirigió á Marenval y á Tragomer, que estaban sentados no lejos de Sorege, y les dijo señalando á los cuadros de su amigo: Sam Weller tiene una hermosa galería, pero si ustedes vienen á mi casa del Dakotah, verán que mis cuadros valen tanto como los suyos.
Sorege se sentó á horcajadas en una banqueta, de modo que el calor y la claridad de la chimenea le diesen en la espalda y dijo con admirable tranquilidad á Tragomer, que, estupefacto, se había sentado al lado suyo: Figúrate tú que estando en San Francisco con M. Harvey y sus hijos, la casualidad me hizo encontrar á una antigua amiga á la que no había visto en tres ó cuatro años y que estaba corriendo el mundo en busca de fortuna...
Y vuestras hijas los aman más que ustedes, interrumpió Marenval. Harvey sonrió. Es cierto, dijo. Los franceses son amables, finos, bien educados... No tienen más que un defecto; el de amar demasiado á su país... Ellos no van bastante á los demás países, y hay que venir al suyo... No digo esto por el señor de Tragomer, que es un viajero infatigable.
Las mujeres de América, en ese punto, somos hombres, dijo miss Harvey. Puede usted confiarles un secreto, seguro de que se dejarán matar antes que revelarlo. Somos aún medio salvajes y tenemos los defectos y las virtudes de tales.
¿Pero hay que estar loco, miss Maud, para agradar á usted? No es justo sermonear á Tragomer por mi causa. ¿Por qué exigirle una sublimidad de que yo no le doy el ejemplo? Esta noche está usted de humor regañón, y en este caso aquí estoy yo para servir de blanco. Pero, por favor, que se salven los transeuntes. Miss Harvey se echó á reir.
Es posible, dijo el fiscal riendo; pero no olvide usted que, moralmente, los jueces no deben comer en la misma mesa que los procesados. Hasta mañana, pues. Hasta mañana en casa de Julio Harvey. Julio Harvey habitaba un hermoso hotel en Grosvenor-Square. Tenía casa puesta en Londres como en París y todos los años su hija le llevaba dos meses á Inglaterra.
Gracias, Harvey, respondió Marenval; para prueba nos basta ese lago interior, como usted llama desdeñosamente al Mediterráneo, que es muy traidor, entre paréntesis... ¿Y en qué barco irán ustedes? Tenemos en tratos un yate, dijo Tragomer; el que sirvió á lord Spydell para ir al Cabo el año último. Es un vaporcito de sesenta metros de largo, de buenas condiciones marineras y que anda doce nudos.
Aquellos franceses viajeros, ricos y amables, eran simpáticos en la sociedad americana de Julio Harvey que hasta se sentía dispuesta á perdonarles la inferioridad de no ser de raza anglosajona, lo que no era floja prueba de benevolencia. Miss Gower estaba contando una visita que había hecho la semana anterior á la Patti en su castillo de Craig-y-Nos, y tenía suspensa la atención del auditorio.
Sí, ciertamente. Miss Harvey y su padre eran de los que más admiraban á usted, dijo Sorege, aunque no fuera más que á título de compatriotas. Pero no me refería precisamente á ellos, sino á dos antiguos conocidos; Cristián de Tragomer y Marenval. Las facciones de la cantante adquirieron gran dureza.
Palabra del Dia
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