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Actualizado: 4 de junio de 2025
El conde de Sorege, que estaba fumando con beatitud sentado en un sillón, sin que pareciese prestar atención á lo que se hablaba, se levantó y se aproximó al grupo del que Harvey era el centro. El ganadero, interesado por la noticia de Marenval, preguntó: ¿Y dónde irán ustedes, si no es indiscreción? Marenval permaneció mudo y Tragomer se encargó de las explicaciones.
Sus brazos cayeron á lo largo del cuerpo como muertos, y su abanico palpitó entre sus dedos como una mariposa herida. Jacobo se aproximaba con la mirada dura é imperiosa. Atravesó los grupos y aproximándose á ella logró aislarla entre mis Harvey y él.
He aquí por qué desapareció durante seis meses. ¡Miren el disimulado! ¿Y se casa con la chica de Harvey? ¡Bonita fortuna! El padre no se deja ahorcar, ciertamente, por veinte millones de dollars. Pero tiene, lo menos, seis hijos y los varones son siempre mejorados en América. Sin embargo, es un buen capital.
Con una de esas americanas que preocupan á Marieta, no sin razón. Con miss Lydia Harvey, de Minneapolis. El padre es un gran ganadero que ha hecho una inmensa fortuna y sus hijos siguen el negocio. Pero Sam Harvey vive en París. Es el que ha hecho edificar ese hermoso hotel en la avenida del Bosque de Boloña. Bien puede pagarlo.
Tragomer, algo sorprendido por aquel atrevimiento, inclinó un poco la cabeza para disimular su embarazo. Le repugnaba dar á miss Harvey informes falsos y no quería declarar el enfriamiento de sus relaciones con Sorege. Una palabra dicha por ella á su promedito bastaría para ponerle en guardia.
Miss Harvey subió en el coche y los dos franceses continuaron su paseo como si no tuvieran motivo alguno de preocupación, admirando los lujosos trenes que empezaban ya á circular por las verdes praderas del parque. El hotel Harvey es un hermoso edificio estilo Luis XVI, edificado por el duque de Sommerset y que el americano pagó á buen precio.
Creo que toda la fuerza de ese hombre está en la cabeza, dijo Harvey con desdén, y que sus brazos y sus piernas no valen gran cosa. Habla muy bien y esto es lo que me gusta. Para los ejercicios corporales, tendrá usted á mis hermanos; para los del espíritu á mi marido. En fin, Maud, eres libre.
Confieso, sin embargo, que era imposible salir de otro modo. ¿Desde que está usted en Londres, ha visto á Sorege? preguntó Tragomer. Comí ayer con él en casa de Harvey. Se habló de usted y con magnífica impudencia, le estuvo elogiando. Paciencia; no me elogiará siempre. Esta es una cuenta pendiente entre los dos, que yo me reservo.
Doy doblemente las gracias al señor de Tragomer, puesto que me ha hecho el honor de presentarme á usted, miss Harvey, y me ha procurado el placer de oir á la gran artista miss Hawkins. ¿Vive usted en Londres, sir Carlton? preguntó Maud. Hace una semana. Soy un pobre provinciano y llego de un país al que me habían llevado reveses de fortuna.
Mañana se marchará y Sorege no podrá contar más que con nosotros. Hagamos, pues, lo convenido. Tú, Cristián, vete á llevar la buena noticia á mi madre. Usted, Marenval, á casa de Vesín. Yo iré á ver á miss Harvey y allí nos encontraremos todos después. En cuanto Sorege despertó y tomó su desayuno, tomó un coche de alquiler y se dirigió á Tavistock-Street. Nunca el tal hacía las cosas á medias.
Palabra del Dia
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