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Actualizado: 13 de julio de 2025
¡Oh! Matarás á doña Clara; puedes matarla... pero esa no es la venganza que tú necesitas... Seguid dijo Dorotea, con el alma helada, por decirlo así . Decidme, ¿de qué otro modo más horrible me puedo vengar? ¿De qué otro modo?
Pocos días después se celebró la boda. El invierno se despedía con una rigurosa helada. El recuerdo de un dolor físico se mezcla aún hoy como sufrimiento ridículo, al sentimiento de mi pena. Apoyada Julia en mi brazo, la conduje todo lo largo de la iglesia, atestada de gente, según costumbre provinciana. Estaba pálida como un cadáver, temblorosa de frío y de emoción.
Interminables minutos transcurrieron; después Marcela salió del círculo de sombra y volvió hacia el castillo a cortos pasos. Fabrice creyó ver que la criatura tornaba con la carta en la mano; pasóse la suya sobre la frente helada, diciendo: ¡Dios mío! Y esperó inmóvil. Marcela entró. ¡Toma, papá! le dijo. Y le devolvió el pliego que tenía en la mano.
El duelo se despidió sin ceremonia; a latigazos lo despedía el viento con disciplinas de agua helada. Don Pompeyo Guimarán salió del cementerio el último. «Era su deber». Había cerrado la noche. Se detuvo solo, completamente solo, en lo alto de la cuesta. «A su espalda, a veinte pasos tenía la tapia fúnebre.
La señorita la miró sin dejar de sonreir, con una helada expresión que daba espanto, y la moza dijo: Con que se despide don Fernandito, ¿eh? Entonces, Carmen, estremecida, agitó maquinalmente la mano que tenía inerte sobre la falda, con la carta abierta, y respondió: Sí....
Rueda, bañando mi mejilla helada, lágrima temblorosa y vacilante; pára al tocar mis labios un instante, y refresca su piel seca y quebrada. Contigo va de la mujer amada el último recuerdo delirante; contigo va de mi ambicion gigante la ilusion ántes muerta que soñada.
El día asomaba despejado y magnífico: en las hierbas resplandecían las cristalizaciones de la escarcha; la tierra se estremecía de frío y humeaba levemente a la primera caricia del sol; el paso animado y gimnástico de los cazadores resonaba militarmente sobre el terreno endurecido por la helada. Desde el cazadero, adonde llegaron a cosa de las nueve, desparramáronse por el monte.
Sopló una brisa helada del lado de popa que hizo estremecer a las damas, vestidas ligeramente. Mina tosió, llevándose las manos a los brazos y al pecho, casi desnudos, sin otro abrigo que el calado sutil de una blusa blanca. La súbita frescura le hizo imitar a algunas señoras que iban a sus camarotes en busca de un abrigo.
Y mandó luego ahorcar de la entena a los dos turcos que a sus dos soldados habían muerto; pero el virrey le pidió encarecidamente no los ahorcase, pues más locura que valentía había sido la suya. Hizo el general lo que el virrey le pedía, porque no se ejecutan bien las venganzas a sangre helada. Procuraron luego dar traza de sacar a don Gaspar Gregorio del peligro en que quedaba.
En medio de los bulliciosos placeres de las fiestas y bailes que en el castillo se sucedían, pasaba ella como una sombra, indiferente, helada, y algunas veces hasta irritada. Su ironía atacaba con inconcebible amargura, tan pronto á los puros goces del espíritu, á los que proporcionan la contemplación y el estudio, como á los más nobles é inviolables sentimientos.
Palabra del Dia
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