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Pasando de largo, les dijo con mucha cortesía: «Dios les guarde, caballeros... Conservarse» y apretó a correr. No le volvió el alma al cuerpo hasta que les hubo perdido de vista. «Es preciso que me convide a algo» pensaba el pendolista; y hacía la crítica mental de los manjares que más le gustaban. Cerca de la puerta de Toledo se encontró con un mielero alcarreño que paraba en su misma casa.

Delicioso manjar es por cierto, pero yo declaro que todo el que se regala comiéndole sin escrúpulo de conciencia, no tiene derecho para maldecir de las corridas de toros. Y yo de buena tinta que los señores marqués de San Carlos y D. Luis Vidart gustaban del foie gras y le comían a menudo.

Ya no gustaban de la sociedad de los «latinos» acampados en la proa. Encontrábanse desorientados entre los españoles, italianos y árabes, demasiado gritadores e ininteligibles para ellos. Preferían los hércules silenciosos, las mujeres pelirrojas, con faldas cortas de bailarina, botines altos y un pañuelo escarlata en forma de tejadillo sobre los ojos pobres de cejas.

Sólo he de afirmar ahora que el Peor no merecía tal joya, ¡que había de merecerla! y que si fuese hombre capaz de alabar á Dios por los bienes con que le agraciaba, motivos tenía el muy tuno para estarse, como Moisés, tantísimas horas con los brazos levantados al cielo. No los levantaba, porque sabía que del cielo no había de caerle ninguna breva de las que á él le gustaban.

Andrés habló de un perro de caza muy hermoso que le habían robado en Madrid. A Rosa le gustaban mucho los perros, pero no los quería en casa porque su padre, cuando eran viejos y no servían, los colgaba de una cuerda y los mataba a palos. ¿Y por qué los mata de ese modo? preguntaba Andrés. Para aprovechar el pellejo: todos hacen lo mismo respondió ella. ¡Qué corazón tienen los hombres!

En cuanto á las justas, como reminiscencias del espiritu caballeresco de los siglos anteriores, todavía, á principios del XVII, en el año de 1618 gustaban los sevillanos de los torneos, como demuestra una petición dirigida á la Ciudad por Juan de Ojeda, sobre el pago de unos gastos que hizo en los torneos el dia de las Fiestas Reales, según consta del Acta Capitular de 13 de Julio de dho año.

Estuvo con él más dulce que una arropía, y aunque le dijo que no tenía que venir a su casa para probarse la primera camisa, porque cuando estuviese medio hecha o hilvanada se la enviaría para la prueba, le convidó a que algunas noches, de nueve a once, cuando no tuviese nada mejor que hacer, viniese, quería, un rato de tertulia a su casa, porque ni ella ni Juanita gustaban de acostarse temprano, y aunque estaban casi siempre solas, velaban hasta las doce.

Su esperanza dijo es la misma de los hombres, que siempre aguardan un buen negocio el día siguiente. Y así se les pasan los años; y como están solas, para alegrarse un poco se entregan a la morfina, a la cocaína, al opio, al éter. Ignoraba la policía tales vicios. Como las gentes del país no gustaban de ellos, no constituían un peligro nacional. Eso era para las gringas nada más.

Nastenka llegó a declarar que era víctima de una pasión enfermiza. Lo cierto era que a ella le había caído en gracia. Nastenka también le causó cierta impresión a Kotelnikov; pero él, como hombre a quien sólo le gustaban las negras, creyó de su deber ocultar su inclinación hacia la muchacha, y, sin dejar de ser cortés, manifestose con ella un poco reservado.

Conviene aquí advertir, porque la ocasión es oportuna, que esta clase de obras dramáticas gustaban mucho en tiempo de Felipe IV, y que en las colecciones de comedias españolas se encuentran muchas comedias burlescas, sin nombre de autor, que nada dejan que desear por su vis cómica extraordinaria, y por la facilidad y soltura de su urdimbre.