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Como Angelina.... Yo he sospechado... el buen viejo sonreía maliciosamente, guiñaba los ojuelos vivarachos yo me sospecho que no le pareces a Linilla un costal de paja.... ¡Vaya! ¡Y ella, bien que te agrada! Te alabo el gusto, ¡hijito! Trabaja, trabaja con fe, con mucha fe, y cásate. Si tus padres vivieran estarían muy contentos.... Las muchachas así, como Angelina, le gustaban mucho a tu mamá.

Vuelto a España, empezó la serie de sus descubrimientos, apoyado pecuniariamente por los mercaderes de Sevilla, que hacían crédito a su valor. Uno de los Pinzones, Juan de la Cosa, el más experto de los pilotos, Américo Vespucio y otros navegantes de fama, dirigieron sus buques. Los marinos gustaban de ir con este capitán, el más valeroso y audaz de la primera época de la conquista.

Nada le causaba risa, no le gustaban las bromas y le ofendían los chistes por juzgarlos una falta de respeto. Era el menos tolerante, el menos amable y el más honrado de todos los ancianos. Había acompañado a Escocia a Carlos X, después de las jornadas de julio; pero se alejó de Holy-Rood, al cabo de quince días, escandalizado de ver que la corte de Francia no tomaba muy en serio su desgracia.

Pasó un hombre con un cesto de naranjas, y al sorprender Isidro una ávida mirada de su novia le hizo detenerse. ¡A soltar en seguida lo mejor del cesto! A Feli le gustaban las naranjas; aún no las había probado aquel año, y él era capaz de tender a sus pies, como alfombra de oro, toda la cosecha de los campos valencianos.

Después de haberse distraído pensando en esto, miró con atención a su interlocutor y le pareció que no veía con el mismo agrado aquellos bigotes sedosos que antes le gustaban tanto. ¡Ah! Huberto no tenía aspecto de fatigado, y no creía que fuera cuidando enfermos como se fatigaría nunca.

En otro tiempo había sido uno de los más bravos aficionados, aunque nunca había querido torear en público. «Eso no es más que una guasa, ¿sabe usted?», me decía en tono desdeñoso. Lo que le placía, aun hoy, era tentar y derribar toretes en sus fincas y en las de sus amigos, montar buenos caballos, cazar venados y cochinos en el monte. Otras cosas sabía yo que le gustaban tanto o más que todo esto.

Mucho más suelto y mucho más vivo que su sobrino Frasquito, con el cual se acompañaba aquí y en todas partes. No sólo se hallaban asociados en un establecimiento de harinas y salvados que tenían en la calle de Horno Quemado, sino que habitaban el mismo cuarto; y después de pasar juntos las horas de trabajo, gustaban también de pasar las que dedicaban al recreo.

El amor de las mujeres como yo, es pura comedia, ¿verdad? Ya se sabe que es mentira; pues cuanta más ilusión procure, mejor. Con el vizconde no había modo de lograrlo. Su único goce era que hablasen de él, aunque fuese mal: no le gustaban los placeres por disfrutarlos, sino porque se los envidiaran. Al segundo año de conocernos tuve un capricho; que Pepe me llevase a París.

Leto, que ya había soñado con verlas honradas allí, se llamó a engaño y declaró a Nieves que no volverían al cartapacio de la botica aquellos insignificantes borrones, puesto que le gustaban a ella; y Nieves, sin andarse en ociosos disimulos, porque conocía la sinceridad de la oferta, la aceptó de plano con gran regocijo, aunque no tanto como el que produjo en don Adrián el galante rasgo de Leto.

Al inglés le gustaban las setas; pues ya estaba Leto diciéndole dónde las había legítimas, sin la menor sospecha de hongo venenoso, y acompañándole a cogerlas... eso es: medio día de campo; que berros, pues en tal parte; y a buscar los berros; que caracoles o ranas o cualquier otra porquería de las muchas que devoraba aquel hombre... pues a ello los dos; que esta clase de caza o que la otra: lo mismo.