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Actualizado: 3 de mayo de 2025
Un modesto coche de movimientos repulsivos nos condujo por el húmedo y melancólico valle, en cuarenta minutos, á la célebre ciudad de Altorf, capital del Canton, donde Guillermo Tell ganó la inmortalidad con la famosa proeza de la manzana y la flecha.
Al iniciar el grupo su marcha, pasando ante el caballo del alemán, estalló la cólera del comandante, muda y reconcentrada hasta entonces. Quiso morir fusilado antes que dar un paso más. ¡Abajo Guillermo! ¡Mueran los verdugos! gritó con una voz ronca.
¡Lo que darían en Berlín por mi tesoro!... Nunca comió mejor Argensola. La consideración de las grandes carestías sufridas por el adversario espoleaban su apetito, dándole una capacidad monstruosa. El pan blanco, de corteza dorada y crujiente, le sumía en un éxtasis religioso. ¡Si el amigo Guillermo pillase esto! decía á su compañero.
Era el contrincante de Guillermo Fenton un apuesto caballero, joven y vigoroso en apariencia, cuya lanza dió en el escudo del inglés tan recio golpe que lo partió en dos, á tiempo que la acerada lanza de Fenton le atravesaba la garganta, derribándolo moribundo.
Por mi parte, creo en Guillermo Tell como en la libertad, el patriotismo y la gloria. Ni el héroe tuvo en si nada de fabuloso, nada que no fuese natural y comprensible, ni hay razón para rechazar la autenticidad de una leyenda que es la de todos los pueblos libres, con diferencias de pormenores y estilo.
No es tampoco Guillermo Tell el primero, que obligado a ello por el tirano, quita la manzana con un flechazo de la cabeza de su hijo. Estos lances, o reales o inventados por la fantasía popular, vagan primero de acá para allá, sin acabar de fijarse bien; sin que adquiera gran consistencia y gloria el héroe del lance.
-Pues sabed -prosiguió el mozo- que murió esta mañana aquel famoso pastor estudiante llamado Grisóstomo, y se murmura que ha muerto de amores de aquella endiablada moza de Marcela, la hija de Guillermo el rico, aquélla que se anda en hábito de pastora por esos andurriales. -Por Marcela dirás -dijo uno.
El vasto edificio principal del famoso Hospital de inválidos de la marina, fué en su principio un palacio de residencia real creado por Enrique VI. Cárlos II lo reconstruyó mucho mas tarde, y al fin Guillermo III lo convirtió en Hospital de la marina británica, en 1705.
Cuando se recibían noticias de la guerra favorables á los Imperios germánicos, redoblaban las canciones y el copeo hasta media noche y la caja de música agria no descansaba un instante. En las paredes se veían los retratos de Guillermo II y varios de sus generales.
Después siguió Guillermo Tell, esa onomatopía admirable, que revela en su conjunto de profundas melancolías y de arranques ruidosos y atropellados todo el sentimentalismo y el entusiasmo de Rossini, el artista del amor y de la gloria.
Palabra del Dia
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