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Actualizado: 1 de junio de 2025


Yo estaré allí para prestarte ayuda ... Á nosotros dos sería preciso el diablo para ponernos en derrota. Mientras se formaban estos proyectos agresivos, la señorita Guichard, más y más inquieta, preparaba una maniobra sumamente peligrosa para nuestros conspiradores.

La señorita Guichard sin Mauricio, ó Mauricio sin la señorita Guichard; tal era la disyuntiva que se ofrecía á su pensamiento, y en aquella hora no era posible dudar: hubiera querido estar con Mauricio.

Cogió á la señorita Guichard por la mano y, con autoridad, la acercó á la ventana. La luna alumbraba los macizos del jardín y, cogidos del brazo, los dos jóvenes paseaban á lo largo de las filas de plantas, refrescadas por el aire de la noche. Iban lentamente, con paso cadencioso, graciosos y encantadores. ¡He ahí, sin embargo, lo que querías impedir, continuó Roussel con severidad.

Pasó las primeras horas del día con la señorita Guichard y á eso de las tres se dirigió al terraplén. Allí, sentada en el banco de piedra, con la labor sobre la falda, se asemejaba á la Virgen del bordado, como decía Mauricio. No trabajaba gran cosa y pensaba ... pensaba más que había pensado desde su nacimiento.

La señorita Guichard, teniendo á Herminia como escudo contra el resentimiento de los dos hombres, se volvió hacia Mauricio y dijo: Y usted, pobre amigo, ¿podrá perdonarme todo lo que le he hecho sufrir? Estaba mal aconsejada ... Me han empujado en el sentido á que me inclinaba, en lugar de contenerme ... Pero me doy cuenta de mi error y ¡quisiera á toda costa repararle!...

La señorita Guichard supo por los periódicos el éxito del pupilo de Fortunato y quiso ir á la exposición de pinturas. Fué sola temiendo venderse y que Herminia conociese su ira.

Yo continuaré aparentando que no estoy al corriente de la verdad. Si, tía mía. Pero déjeme usted que la abrace para demostrarle mi agradecimiento por haber sido tan buena. Gracias á usted, vamos todos á ser muy dichosos. Ahí vuelve Mauricio, dijo la señorita Guichard, mirando por la ventana; ve á su encuentro. Yo vuelvo al salón. Herminia bajó al jardín y Clementina quedó sola.

Tenía entonces el corazón lleno de gratitud hacia la mujer hospitalaria que tan bien le había cuidado, pero ahora la encontraba mucho mejor y sus sentimientos se complicaban con un interés muy vivo por la encantadora persona que vivía con ella, y cuyo nombre no sabía siquiera. Desde que había conocido á la sobrina, amaba cien veces más á la señorita Guichard.

En su pensamiento, asociaba la sonriente bondad de Roussel con la sequedad angulosa de la señorita Guichard y no se daba cuenta de la posibilidad de una unión entre estos dos seres tan poco á propósito para entenderse. En verdad, comprendía que se hubiesen repelido, como los elementos afines de la electricidad, y adivinaba qué sacudidas habían debido producir esas corrientes encontradas.

¡No se mueva usted! y responda, dijo Roussel. ¿Dónde está la señorita Guichard? ¡No ! señores, contestó Bobart gritando para llamar la atención sobre él. No comprendo vuestra insistencia.... Hable usted más bajo, dijo Mauricio, ó le llevo al salón inmediato y allí ... va usted á ver.

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