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Actualizado: 1 de junio de 2025
He aquí mi idea, dijo éste. Está fuera de toda duda para mí que el tunante de Bobart es cómplice de la señorita Guichard.
Desde su puesto de observación, Roussel le veía mirar con insistencia hacia la finca de la señorita Guichard. Y hasta le veía la cara lo bastante para notar su profunda tristeza. ¿Esto era, pues, el objeto de sus paseos misteriosos? Venía á contemplar el sitio donde había visto por primera vez á Herminia. Esperaba verla de lejos si pasaba por la alameda de las ramas colgantes.
Existe, por fuerza, entre mi tía y usted, ó alguno que le toque de cerca, una diferencia grave y que yo ignoro. ¡Y yo también! ¡Ah! ¿Ve usted como hay algo? Es verdad; hay algo, pero ¿qué? Entonces, ¿no se trata de usted? Hace tres días, no conocía á la señorita Guichard. ¿Luego no es usted el culpable? ¡Tanto mejor!
De repente se oyó un quejido desgarrador; un clamor de tortura que aterró á las dos mujeres, y casi en seguida se abrió la puerta y apareció el doctor, enjugándose la frente y diciendo: ¡Esto se acabó! El herido yacía sobre los almohadones, más pálido que antes y todavía inanimado. ¿Es él quien ha gritado? preguntó la señorita Guichard.
Al decir esto, la señorita Guichard señalaba á los recién casados que estaban de pie cerca de la ventana del jardín, muy cerca el uno del otro, sonrientes y radiantes, formando un precioso grupo. La joven se había quitado el velo y la corona y con el traje blanco cubierto de flores de azahar, rubia y sonrosada y los ojos animados por la alegría, era la imagen viva de la felicidad.
Pálido, los labios contraídos, los ojos cerrados, el desconocido permanecía inerte y la señorita Guichard tuvo miedo. ¡Oh! Oh! ¿Acaso será esto más serio de lo que había pensado? Será preciso llevarle á la alcaldía. ¡Oh, tía mía!, suplicó Herminia; ¿dónde puede estar mejor cuidado que en nuestra casa? ¡Es verdad!, contestó con convicción la señorita Guichard.
¡Pero si eso sería tan natural, querida señorita!... El señor Roussel de Pontournant.... ¡Oh! Ya se ha pronunciado ese nombre execrable, exclamó con amarga sonrisa la señorita Guichard; si, el señor Roussel, el tutor de Mauricio. Y primo hermano de usted, insinuó la señora Tournemine. Y mi más mortal enemigo, sí, señora. He aquí el peligro para mí.... Pero lo he prevenido de antemano.
Mientras Clementina saltó de gozo, pues había sentido siempre resuelta inclinación por su primo, á quien se llamaba en su casa el bello Roussel, Fortunato torció el gesto, pues se sentía menos que medianamente predispuesto al matrimonio, por sus ideas generales acerca del santo lazo y mucho menos aún por su gusto particular hacia la señorita Guichard.
Trabajó todo el día con ardor, pero sin alegría, porque, en el fondo, estaba descontento de sí mismo. "¿Cómo explicar á mi tutor lo que ha pasado? se decía; y ¿cómo va á tomar mi desobediencia? ¡Ah! si conociese á Herminia, me comprendería y me disculparía! Pero no conoce más que á la señorita Guichard y es fuerza confesar que no es lo mismo ... Y, sin embargo, no es mala esa mujer.
Llegados al estudio, se sentó, sin haber examinado los lienzos puestos en el caballete, como tenía por costumbre, y dijo, mirando á su hijo adoptivo: Cuéntame con detalles tu accidente y tus aventuras con la señorita Guichard.
Palabra del Dia
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