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Actualizado: 1 de junio de 2025
Había muy buenas razones para que el guarda de la señorita Guichard ignorase la presencia de Mauricio y de Roussel en el país.
Bobard, que tenía un hijo en el colegio, insinuó en seguida á Clementina que podía encontrar en ese muchacho un hijo sólido, obediente y respetuoso, pero un varón no convenía á la señorita Guichard. El instinto de su sexo le hacía desear una niña.
Por último, temió que Mauricio le juzgase egoísta y tuviese de Clementina mejor opinión que de él y quiso demostrar la diferencia que había entre ellos y hacer apreciar su abnegación comparada con la inflexibilidad de la señorita Guichard. Mauricio dejó su sitio lentamente y como á disgusto. Aquel día Herminia no había aparecido en el jardín.
Una pasión convertida en aborrecimiento y cuya levadura fermentaba siempre con violencia en el corazón de la solterona. Hacia el año 1867, el señor Guichard, soltero muy rico y cuyos herederos eran su sobrino, Fortunato Roussel y su sobrina Clementina Guichard, había acariciado el sueño de no dividir su fortuna y de casar á sus sobrinos.
Yo seré siempre bastante rico, con tal de estar libre y tranquilo ... ¡Si fuese marido de Clementina, gastaría todo el dinero del tío Guichard en consolarme de vivir á su lado ...¡Mal negocio! Una vez en su casa, durmió mal; tuvo pesadillas espantosas y se despertó decidido á permanecer soltero.
Bobart, muy corrido, emprendió el camino del castillo, murmurando: "Y ahora, ¿qué voy á hacer? ¿Conviene despertar á la señorita Guichard? ¿Conviene esperar á mañana para darle la fatal noticia?
Fuera de que siempre había profesado al hermoso y rico Fortunato la animosidad propia del hombre feo y pobre, sentía ahora cierta inquietud á causa de la actividad desplegada por él en servicio de la señorita Guichard. "Si se reconcilian, pensaba, será á costa mía y yo seré quien pague los gastos de la guerra."
En la plaza del pueblo se había instalado una música al aire libre y las gentes del país saltaban sobre el césped á la luz de unos faroles á la veneciana colocados por el tendero. La señorita Guichard había enviado algunos toneles de vino para que refrescasen los bailarines, y estos diversos atractivos hacían que se agrupase delante de la verja una gran multitud.
Tía mía, replicó Herminia con firmeza, el primer golpe no fué asestado por mi marido; usted lo sabe muy bien. ¿Qué quieres decir? Dispénseme usted de explicarme acerca de ese punto; pero sepa que no ignoro nada de lo que ha pasado y que yo no puedo culpar á mi marido. Á estas palabras, que eran una verdadera declaración de guerra, la señorita Guichard se levantó.
No hubiera sabido siquiera porqué he sido despedido tan deliberadamente por la señorita Guichard ... con harto sentimiento mío, porque tengo un placer infinito en ver á usted y en oirla.
Palabra del Dia
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