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Actualizado: 23 de mayo de 2025


Aquellas admirables guedejas sueltas la asemejaban a esas imágenes del dolor que acompañan a los epitafios. Feijoo hizo un mohín como de persona mayor que quiere dominar una debilidad pueril, y le dijo: «Pero no, no me avergüenzo de que se me salte una lágrima. Yo juro por Dios, en quien siempre he creído, que el cariño paternal es lo que me la hace derramar.

Un viejo de guedejas blancas cruza la iglesia agitando alunas llaves en manojo. Vámonos, cordera, que ya San Pedro anda tocando los fierros. Vámonos.... ¿No le acordó una resolución la Santísima Virgen? No. ¿Sigue batallando con sus dudas? ¡Ay, Jesús! Salen de la iglesia. En el cancel esperan las viudas de los náufragos para tratar del entierro con el señor abad.

Facundo es un tipo de la barbarie primitiva; no conoció sujeción de ningún género; su cólera era la de las fieras; la melena de sus renegridos y ensortijados cabellos caía sobre su frente y sus ojos en guedejas, como las serpientes de la cabeza de Medusa; su voz se enronquecía y sus miradas se convertían en puñaladas.

Todo era luz en aquella criatura: un rayo de sol de primavera sobre un vaso de cristal lleno de rosas y azucenas; luz de las glorias de Murillo, henchidas de ángeles con cabelleras de oro y blancas alitas transparentes; luz irradiaban sus ojos azules; luz sus mejillas nacaradas; luz sus rizadas guedejas rubias; luz los húmedos corales de sus labios sonrientes; luz las mutiladas palabras de su fresca boca; luz el argentino timbre de su voz infantil; y una aureola de luz del amanecer de un día de mayo era la indescriptible expresión de angélica inocencia, de dulce ingenuidad que resultaba del conjunto de todas las perfecciones de aquella cabeza, colocada sobre un cuerpecito que parecía delineado por las hadas de los cuentos orientales.

Cuando su pecho se levantaba o se bajaba, se habría dicho que obedecía a una fuerza extraña que lo dilataba y lo comprimía alternativamente. Su rostro pálido, color de cera, surcado por venas azules, estaba medio hundido en las almohadas y algunas delgadas guedejas rubias lo cruzaban, semejantes a reptiles. Oculté mi cara entre las manos: no podía soportar ese espectáculo.

Power con la pareja de compatriotas suyos que pasaba por delante de él fingiendo no verle. A la mañana siguiente se habían encontrado de nuevo. Mina subió a la cubierta en las primeras horas, mucho antes que los otros días, llevando de la mano a Karl. El pequeñuelo, apenas vio a Fernando, corrió hacia él, dejando flotar sus rubias guedejas sobre el cuello azul de su blusa marinera.

Cuando sintió ruido en la casa, llamó a gritos. ¡Anselmo, Petra, Servanda, Petra!... Apareció Petra con el cabello suelto, en chambra, y mal tapada con un mantón viejo del ama. Parecía la aurora de las doradas guedejas; pero Frígilis, mal humorado, se encaró con la aurora. Oye, , buena pécora, ¿qué demonio de obispo entra aquí por la noche a destrozarme las semillas?...

Verlas la Pepa y descargar su boca cuanta palabrota y desvergüenza llevaba almacenadas, fué instantáneo; hecha una fiera, las guedejas caídas sobro los ojos, increpaba a todos con el puño cerrado, maldiciendo del difunto, a quien condenaba a los fuegos del infierno.

Era una procesión de aquelarre, una cáfila de infierno, y hasta la luz matinal se tornaba siniestra al alumbrar de lleno las palideces patibularias, las femeninas guedejas lodosas de sudores febriles y polvo subterráneo, las atroces pupilas que parecían conservar aún la expresión de terror y de súplica que tomaron en el tormento.

En el hondo negror de tus guedejas la Noche obscura distendió su manto, esa deidad que sorprendió mi llanto más de una vez en tus doradas rejas. Ven, y no tardes más. Dios ha querido que fueras la paloma que convida a las ternezas místicas del nido, y yo, un fuerte soldado apolonida, que, recogiendo mi pendón caído, con la espada y laud, te la vida. Julio, 1919.

Palabra del Dia

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