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Apenas me hubo visto uno de tres pastores que el ganado guardaban cuando diciendo: "¡To, to!" me llamó, y yo, que otra cosa no deseaba, me llegué a él, bajando da cabeza y meneando la cola. Trújome la mano por el lomo, abrióme la boca, escupióme en ella, miróme las presas, conoció mi edad, y dijo a otros pastores que yo tenía todas las señales de ser perro de casta.

Debilitado por su larga permanencia en el lecho y por la sangre perdida, aspiraba el tibio ambiente de la mañana luminosa, cortado por las ráfagas que venían de la costa. Margalida, luego de contemplar a Jaime con sus ojos amorosos que aún guardaban cierta timidez, volvió al interior de la alquería para preparar el desayuno. Quedaron los dos hombres en largo silencio.

Todo por una mujer de otra raza cuya ley religiosa no había querido indagar demasiado para que el grito de la conciencia no viniese a perturbar su lascivia. ¿Qué sabía de nuevo? ¿Qué leve indicio había logrado sorprender después de visitar día a día aquella casa, cuyos muros guardaban, quizá, el secreto de la conspiración? Su voluntad se enhestó.

Y sacerdotes de todos hábitos y reglas llegaron hasta su lecho, apartando al sentarse una guitarra o una enagua olvidada; hablándole del cielo, en el que, seguramente, le guardaban un sitio de preferencia por los méritos de sus mayores.

Algunos más audaces, más maliciosos, y que se creían más enterados, decían al oído de sus íntimos que no faltaba quien procurase contrarrestar la influencia del Provisor. Visitación y Paco Vegallana, que eran los que podían hablar con fundamento, guardaban prudente reserva; era Obdulia quien se daba aires de saber muchas cosas que no había. «¡La Regenta, bah! la Regenta será como todas....

Los periódicos ministeriales de la tarde guardaban un estudiado silencio sobre la visita de la policía al palacio de Villamelón, como si obedeciesen todos a una misma consigna.

La una estaba pálida y tenía la vista fija constantemente en el suelo: la otra la miraba de vez en cuando con inquietud y tristeza. Cuando me acerqué guardaban silencio, pero no tardó en romperlo la primera exclamando en voz baja y con acento melancólico: ¡Si lo hubiera sabido, no saldría hoy a paseo! ¿Por qué? repuso la segunda. De todos modos algún día os habíais de encontrar.

Muy a menudo andaba Sor Marcela por allí, pues tenía la llave de la leñera y carbonera, la del calabozo y la de otra pieza en que se guardaban trastos de la casa y de la iglesia. Ya cerca de la noche, como he dicho, Mauricia no se quitaba de la reja para hablar a la monja cuando pasaba.

Aprendía rápidamente sus lecciones; acompañaba al piano el violoncello del papá, y así se pasaban los días toca que toca, revolviendo todo el inmenso montón de solfas que guardaban en el granero, junto con los libros malditos. Además, la pequeña mostraba cada día una voz más hermosa y sonora. «Será una artista, una gran artista», decía el padre entusiasmado.

Los muebles no guardaban estilo ni orden ni concierto, y en cada uno de ellos y en el conjunto de lo que contenía todo el salón, y en el salón mismo, se echaba muy de menos la huella de la hábil mano de la «señora de su casa», que faltaba en aquélla por no haberla necesitado aún su dueño para arrojar la cruz de su soledad, que no debía pesarle mucho.