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Era el goce de la sensualidad el que se desprendía de su ser; pero era también el deleite maligno del capricho cumplido, de la venganza y la traición. El conde de Onís se sentía cada día más subyugado. Las caricias de su amada eran abrasadoras; pero los ojos guardaban siempre, en lo más hondo, un reflejo cruel de fiera domesticada. Sentía amor y miedo al mismo tiempo.

Pues si usted tiene más no los aparenta manifestó Romadonga, que era un psicólogo práctico para quien ni el alma de las chulas ni el de las duquesas guardaban secreto alguno.

Considerado por cuantos cerca de él andaban como la persona más allegada a Su Ilustrísima, los sacerdotes y demás gente de Iglesia que tenía ocasión de frecuentar, guardaban buen cuidado de no dejarle ver cosa que pudiera enojar al obispo.

Sobre las dos gradas que formaban el presbiterio había, a la izquierda del retablo, una especie de armario de cristales, embutido en la pared, donde se guardaban reliquias: allí se dirigió Currita, mandando a Germán que abriese la puerta.

Eran catorce leguas de tierra las que guardaban los reyes para sus cacerías. Esto sin contar la Casa de Campo, La Granja, las posesiones de Aranjuez y otras que no recordaba... ¡Y los demás que reventasen!

¡He venido aquí á apoderarme del rey! dijo entonces el barón á los suyos; y lo conseguiré ó pereceré en la demanda. Roger y Simón cayeron en seguida sobre los hombres de armas que guardaban la puerta y los tendieron á los pies de sus caballos.

Los campesinos del lago Copais guardaban un recuerdo vago de la batalla de Cefiso, que dió fin al ducado franco de Atenas. «Que la venganza de los catalanes te alcance», fué durante varios siglos en Grecia y en Rumelia la peor de las maldiciones.

Recuerdo también un octante antiguo muy grande y muy pesado, de cobre, con la escala para marcar los grados, de hueso. Sobre la consola solían estar dos cajas de de la China, una copa tallada en un coco y varios caracoles grandes, de esos del mar de las Indias, con sus volutas nacaradas, que uno creía que guardaban dentro un eco del ruido de las olas.

Había devorado en la calle su modesta colación; la carne pecadora ya tenía bastante. Fijaba sus ojos enfermos en Feli con cierta inquietud, turbado por la presencia de una mujer joven y bonita en su propia sala, en medio de los estantes empolvados repletos de tomos de pergamino que guardaban toda la sabiduría y la santidad del mundo. ¿Conque usted es la señora del señor de Multrana?

Jaime pasó una noche en claro en un hotel de Siracusa... ¿Casarse? Mary era agradable: embellecía la vida y llevaba con ella una fortuna. ¿Pero realmente se casaba con él?... Comenzaba a molestarle el otro, el fantasma ilustre que había surgido en Zurich, en Venecia, en todos los lugares visitados por ellos que guardaban recuerdos del paso del maestro...