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Ligeritas de ropa a pesar de la estación, revoloteaban alegremente por su cuarto, que ofrecía el desorden del despertar, en torno de las dos camitas de inmaculada blancura, que en sus arrugadas sábanas guardaban el calor de los cuerpos jóvenes y ese perfume de salud y de vida que exhalan las carnes sanas y virginales.

Su aventura con Maud había desvanecido todos los propósitos de cordura que le acompañaron al subir al buque. Sus nervios guardaban aún el recuerdo de recientes vibraciones; su carne, mal dormida, estremecíase al sentir el contacto de otra mujer. Aquella calma monacal que había reinado en el trasatlántico durante la primera semana de viaje ya no existía para él.

Algunos guardaban personajes completamente olvidados, y decían apenas: «Don Cristóbal y su mujer», «Alonso», «Doña Bona»... Durante muchos años dichos nombres tuvieron quizás ilustre elocuencia; pero ahora eran menos aun que el hueso suelto que nuestro pie remueve en los osarios.

Luego, arrodillándose y abriendo el largo casacón que cubría el cuerpo del cadáver, dijo: La bala ha atravesado el pericardio, lo que produce un efecto semejante al de un aneurisma cuando revienta. Todos los demás guardaban silencio.

En su tiempo no se solía discutir asuntos religiosos en su tierra; los que no eran devotos gozaban de una tolerancia completa; como tampoco eran descreídos, ni faltaban a las costumbres piadosas y guardaban las principales apariencias, por nadie eran molestados. «Yo no soy beata», decía Emma: y no pensaba más en estas cosas.

Cuando llegase el momento decisivo, los rebeldes no tendrían mas que penetrar en los olvidados museos universitarios que guardaban cantidades enormes de material de guerra perteneciente á una historia remota. Estos museos de industria retrospectiva iban á convertirse en arsenales inmediatamente, dando á sus poseedores el dominio del país, como los rayos negros lo habían dado á las mujeres.

Elena se había puesto para la cena uno de sus trajes más vistosos, que hasta resultaba algo audaz allá en París. Los tres ingenieros guardaban aún sus ropas de campo y parecían cansadísimos del trabajo de la jornada. Robledo bostezó repetidas veces, haciendo esfuerzos para mantenerse despierto. El marqués se había adormecido en su silla, dando ligeras cabezadas.

Andaba la Asumpcion tan temerosa, Que padres á los hijos no hablaban, La muger del marido recelosa, Las madres de las hijas se guardaban. Justicia del Señor muy rigurosa, Las cosas de Mendieta figuraban Castigo en recompensa de pecados, De los presentes vivos y pasados.

No parece que goza de buena salud dijo el P. Gil, a quien sin saber por qué interesaba aquel hombre. ¡Oh! Sumamente enfermizo y delicado. Sólo cuidándose mucho puede ir viviendo. Los clérigos, como siempre que se trataba de Montesinos en presencia de su hermana, guardaban un silencio sombrío, con la cara larga y enfoscada.

6 Y cuando Herodes le había de sacar, aquella misma noche estaba Pedro durmiendo entre dos soldados, preso con dos cadenas, y los guardas delante de la puerta, que guardaban la cárcel. 7 Y he aquí, el ángel del Señor sobrevino, y una luz resplandeció en la cárcel; e hiriendo a Pedro en el lado, le despertó, diciendo: Levántate prestamente. Y las cadenas se le cayeron de las manos.