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Actualizado: 31 de mayo de 2025


Por una rara asociación de ideas, aquel cuadro campestre evocó a los ojos de la joven la vuelta del escuadrón después del ejercicio de la mañana. Las trompetas la llamaban, y ella corría alegre y presurosa a saludar al guapo oficial, que era su padre, y cuyo caballo negro se paraba bajo el balcón, para que ella respondiese al saludo de «papá».

Debiera caérsete la cara de vergüenza, ¿y vienes con arrumacos?... Me tienes tan harta, ¡tan harta! que milagro será que sufra tus sandeces mucho tiempo... El guapo se irguió entonces con arrogancia y respondió fríamente: ¿Es de veras eso? ¡Y tan de veras! exclamó ella mirándole con ojos de indignación.

La joven permanecía rígida y silenciosa: los esfuerzos del guapo no lograban desarrugarla. Al fin se decidieron á retirarse. Velázquez había prevenido al mozo con una seña, y al pedir la cuenta se encontró con que ya estaba pagada. Soledad hizo un movimiento de impaciencia y disgusto, que no pasó desadvertido para el guapo. Pero Antonio halló el paso muy delicado y se puso de mejor humor.

Verdaderamente no era guapo; su rostro estaba envejecido, mustio, lleno de arrugas; sus ojos no tenían brillo; las gafas le habían dejado una señal roja en lo alto de la nariz. Había en su fisonomía un no qué de gris, de muerto, como si no fuera la de un hombre vivo, sino la mascarilla de un cadáver. No parecía ni un espía ni uno de los que los espías se dedican a perseguir.

¿Iba a insultar a una mujer, él, un noble? ¿Y por qué? ¿A causa de aquel guapo oficial a quien sonreían las muchachas? Que no se ponga en mi camino exclamó blandiendo el látigo con una violencia que hizo encabritarse a su caballo. Hola, sobrino... ¿Con quién diablos disputas? El señor Neris, apoyado en su bastón, apareció en la linde del bosque.

¿Cómo no baja Soledad? preguntó al fin Paca. ¿Soledad? respondió el guapo dando á su rostro una expresión burlona. Anda y pregunta por ella al sereno. ¿Qué quieres decir? Que ya no vive aquí. Se ha mudado. Pero ¿es de veras? ¡Y tan de veras! Hace más de una hora que ha salido disparada como un cohete. Dios sabe dónde habrá caído.

El 26 vino un indio Sinipé, con su lanza á caballo: díle un cuchillo, y díjome: yo Sinipé bueno, Mataguayo malo: yo guapo: siguió la orilla del rio en pos de nosotros.

Maltrana quiso hablar de la indigencia en que, había estado hasta entonces, pero la muchacha lo atajó. Que era pobre, ¿y qué? Ya lo sabía ella. Muchas veces se había fijado en la voracidad con que comía en casa de su padre, reveladora de dolorosas escaseces. Pero era bueno, era sabio, y para ella el hombre más guapo del mundo.

Y estarías de lo más guapo con tu capa y tu gorra; y yo con mantón y moño alto, lleno de peinetas.

Por el año de 1772 los habitantes de esta, hoy prácticamente republicana, ciudad de los Reyes, se hallaban poseídos del más profundo pánico. ¿Quien era el guapo que después de las diez de la noche asomaba las narices por esas calles? Una carrera de gatos o ratones en el techo bastaba para producir en una casa soponcios femeniles, alarmas masculinas y barullópolis mayúsculo.

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