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Actualizado: 19 de junio de 2025
Pues a fe mía que ha sido floja mi equivocación dijo Golfín riendo. Yo le guiaré a usted con mucho gusto, porque conozco estos sitios perfectamente. Golfín, hundiendo los pies en la tierra, resbalando aquí y bailoteando más allá, tocó al fin el benéfico suelo de la vereda, y su primera acción fue examinar al bondadoso joven. Breve rato estuvo el doctor dominado por la sorpresa. Usted... murmuró.
Golfín, tú que has dado la vuelta al mundo, ¿te acobardarás ahora?... ¡Ah!, los aldeanos tenían razón: adelante, siempre adelante. La ley universal de la locomoción no puede fallar en este momento.
Muchas gracias por la compañía. Espero que seremos amigos, porque estaré aquí algún tiempo.... Yo soy hermano de Carlos Golfín, el ingeniero de estas minas. ¡Ah!... ya.... D. Carlos es muy amigo de mi padre y mío: le espera a usted desde ayer. Llegué esta tarde a la estación de Villamojada... dijéronme que Socartes estaba cerca y que podía venirme a pie.
¡Un fenómeno! repitió Golfín poniendo su mano sobre los cabellos de la chica . Podrá ser. Vamos, guíame. La Nela comenzó a andar resueltamente sin adelantarse mucho, antes bien, cuidando de ir siempre al lado del viajero, como si apreciara en todo su valor la honra de tan noble compañía.
En uno de los extremos asomaba entre almohadas una cabeza reclinada con abandono. Era un semblante desencajado y anémico. Dormía. Su sueño era un letargo inquieto que se interrumpía a cada instante con violentas sacudidas y terrores. Sin embargo, parecía estar más sosegada cuando al medio día volvió a entrar en la pieza el padre de Florentina, acompañado de Teodoro Golfín.
Mal concordaban estas ideas con las que Golfín tenía de la posición y arraigo de los señores de Bringas, pues como había visto tantas veces a la feliz pareja en los teatros, en los paseos y sitios públicos, muy bien vestidos uno y otra; como además había visto a Rosalía paseando en coche en la Castellana con la marquesa de Tellería, la de Fúcar o la de Santa Bárbara, y aun creía haberla encontrado en alguna reunión elegante, compitiendo en galas y en tiesura con las personas de más alta alcurnia, suponía, dando valor a estos signos sociales, que D. Francisco era hombre de rentas, o por lo menos, uno de esos funcionarios que saben extraer de la política el jugo que en vano quieren otros sacar de la dura y seca materia del trabajo.
Si no he de adquirir la facultad de que me privaste al nacer, ¿para qué me has dado esperanzas? Infeliz de mí si no nazco de nuevo en manos del doctor Golfín. Porque esta será nacer otra vez. ¡Y qué nacimiento! ¡Qué nueva vida! Chiquilla mía, juro por la idea de Dios que tengo dentro de mí, clara, patente, inmutable, que tú y yo no nos separaremos jamás por mi voluntad.
Golfín siguió adelante, guiado por la Nela. Lo que hablaron ¿merecerá capítulo aparte? Por si acaso, se lo daremos. Un diálogo que servirá de exposición Aguarda, hija, no vayas tan a prisa dijo Golfín deteniéndose déjame encender un cigarro. Estaba tan serena la noche, que no necesitó emplear las precauciones que generalmente adoptan contra el viento los fumadores.
Pero Choto dio unas cuarenta vueltas en torno de él, soltando de su espumante boca, unos al modo de insultos que después parecían voces cariñosas y después amenazas. Teodoro se detuvo entonces prestando atención al cuadrúpedo. Viendo Choto que se había hecho entender un poco, echó a correr en dirección contraria a la que llevaba Golfin. Este le siguió murmurando: Pues vamos allá.
Palabra del Dia
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