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Saludemos, pues, al altísimo poeta con las mismas palabras con que saludaba a Fausto la profetisa Manto: Den lieb' ich, der Unmögliches begchrt! Yo amo a aquel que desea lo imposible. Fausto, en este sentido, esto es, la sombra de Fausto, su idea, que Goethe lleva en , vuelve del seno de las Madres.

Desde el comienzo se pondría en ridículo el poema de Goethe, y se haría del empíreo la más ruin y bellaca caricatura. Es indispensable, pues, que sean guapas las actrices de tercer orden. Y aquí debo advertir que no basta para esto el cuidado de la junta directiva.

Ya no se la verá nunca, como no sea algún Jueves Santo..... Las cortinillas de sus balcones no se alzarán en lo sucesivo. Irá á misa, es cierto; pero al amanecer, hora en que los héroes de Goethe no se han levantado todavía..... ¡Y nada más, nada más!

A un lado, paredes blancas y charoladas reflejando la luz de los faros eléctricos del techo, y sillones abandonados en larga fila; al lado opuesto, una barandilla forrada de lona, ostentando entre columna y columna, como adorno decorativo, unos rollos salvavidas de color rojo con el nombre del buque pintado en blanco: Goethe.

Venía el trasatlántico a acoplarse al muelle lo mismo que un vagón se junta con el andén, y los pasajeros no tenían más que avanzar por una corta rampa para verse en tierra. Llegó el Goethe hasta el desembarcadero, después de varias maniobras de los remolcadores. Un vapor italiano acababa de despegarse de aquél y se retiraba a otra dársena, luego de soltar su cargamento humano.

Puede consultarse con provecho, aunque, á decir verdad, hay ciertas obras de poetas eminentes, como El Fausto, de Goëthe, y El mágico prodigioso, de Calderón; el Enrique VIII, de Shakespeare, y La cisma de Ingalaterra, de nuestro gran poeta, cuyo fondo, siendo el mismo, no son, sin embargo, comparables, por cuanto cada uno de ellos maneja los mismos materiales con distintos propósitos, bajo diversos puntos de vista, y adaptándolos, por consiguiente, á planes y formas sujetas á las dotes poéticas individuales, y, sobre todo, á las ideas dominantes en las épocas y en las naciones, en que cada uno escribe, que no sólo hacen imposible toda comparación entre ellas, sino, lo que es peor, la hacen inútil.

Goethe no trata solamente de destruir todos los consuelos de la vida presente, probando que el hombre esta destinado a la miseria desde su nacimiento, sean cuales fueren su rango, su fortuna y su inteligencia, pero procura tambien despojarle de la sola esperanza que le queda cuando se halla en el colmo de la desgracia: la promesa de una felicidad futura.

Tal, en el poema de Goethe, cuando la Elena evocada del reino de la noche vuelve a descender al Orco sombrío, deja a Fausto su túnica y su velo. Estas vestiduras no son la misma deidad, pero participan, habiéndolas llevado ella consigo, de su alteza de divina, y tienen la virtud de elevar a quien las posee por encima de las cosas vulgares.

La mente de Goethe era terso y mágico espejo, donde se reflejaban el mundo visible y el invisible, la naturaleza y la historia, lo real y lo ideal, con brillantez y claridad no comunes.

Iba aproximándose el Goethe a la ciudad. Apareció ésta detrás de dos islas coronadas de palmeras, avanzando sus primeras casas entre pequeñas colinas en forma de panes de azúcar. Las construcciones destacaban sus fachadas de un rojo veneciano o amarillas sobre la masa obscura de los jardines. Navegaba el trasatlántico en aguas pobladas de reflejos.