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Actualizado: 29 de mayo de 2025
Cuanto queda expuesto se me ha ocurrido recientemente con ocasión de haber oído el Fausto, de Göethe, casi de seguida, primero en dos óperas, ambas de muy hermosa música, y después en los dos magníficos dramas, representados ambos con aparato y lujo portentosos, en el teatro imperial y palatino de la gran ciudad de Viena.
A mí me gustan los cangrejos porque son pacíficos, serios, saben los secretos del mar, no ladran ni asustan a las gentes como los perros, que tan antipáticos le eran a Goethe, el cual, sin embargo, no estaba loco». Tenía la preocupación del mundo invisible y de los mitos cosmogónicos, y cultivó los círculos misteriosos de Swendenborg y, del clérigo Terrasson.
Los buques y los edificios se reproducían invertidos en su profundidad. Ondulaban en este espejo los mástiles y las arboledas, como serpientes de varios colores. El Goethe, al avanzar, rompía en mil pedazos este mundo fantástico, y los fragmentos de buques y casas alejábanse en los repliegues de las temblonas aguas, sobre las cuales aleteaban las gaviotas.
Algunos pájaros acuáticos nadaban en torno del navío, irguiendo sus largos cuellos. A espaldas del Goethe quedaba el río libre, amarillo, rizado, lo mismo que una llanura de hierba seca. Los buques veleros, con sus trapos al viento, parecían molinos enclavados en esta falsa pradera.
El monumento consagrado á Goethe, en el centro de una plaza ó muy ancha calle sombreada por grandes árboles, es digno de ese gran genio y de la ciudad que fué su cuna.
Goethe nada hizo para lograr su elevación y su privanza con el duque Carlos Augusto de Gemirá, quien le amó tanto como Goethe pudo amarle, y le admiró y le lisonjeó más de lo que el gran poeta le lisonjeaba. En la corte de aquel amable príncipe, Goethe, más que cortesano, parecía el príncipe, el genio a quien todos servían y adoraban.
"Sin embargo la pieza de Faust no es ciertamente un buen modelo, y sea que pueda ser considerada como la obra de un delirio del entendimiento, o de la saciedad de la razon, es de desear que no se repitan semejantes producciones; pues cuando un ingenio tal como el de Goethe, rompe todas las trabas, la multitud de sus pensamientos es tan grande, que por todas partes esceden y trastornan los limites del arte.
Se interpelaban los viajeros para implorar el préstamo de un estilógrafo. Improvisábanse escritorios entre las tazas de café, así como en las mesas de la cubierta y sobre los pianos. Todos habían sentido de pronto la necesidad de escribir. Al día siguiente llegaba el Goethe a puerto, y las gentes despertaban de su ensueño azul que había durado diez días.
Ya hemos dicho que no nos incumbe escribir aquí la vida de Goethe. Baste lo apuntado rápidamente para desvanecer infundadas censuras. Que él diese culto a su clara inteligencia y a sus otras facultades, no se debe censurar sino aplaudir. Es un deber cuidar de los talentos que Dios nos confía.
Desde lo alto del Goethe, inmóvil como una isla, parecían insignificantes las ondulaciones que venían a chocar contra sus costados; pero al mirar la luz que se aproximaba titubeante, algunas mujeres daban gritos de angustia.
Palabra del Dia
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