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Actualizado: 29 de junio de 2025


Se comprende, sin que por eso se apruebe, que Emerson, suponiendo un alma suprema, a quien representa en el mundo, en diversas y elevadas funciones, cierto número de varones egregios, haga de Platón el filósofo, de Montaigne el escéptico, de Napoleón el hombre de acción, y el escritor de Goethe.

En aquel momento su costado se despegaba del muelle con lentitud. Hubo que bajar otra vez la escala. Un minuto más, y habrían tenido que alcanzar al Goethe en un bote en mitad de la bahía. Maltrana subió el primero con su valija de mano, no queriendo contestar a las preguntas de los curiosos. Tenía prisa de ganar su camarote para cambiarse de ropa.

Una voz de mujer cantaba el amor, la única verdad y la mentira más grande de nuestra vida... ¡Pobre vida, que no puede marchar por sus propias fuerzas y necesita el apoyo de la ilusión! Dos días antes de llegar a Buenos Aires, el Goethe empezó a remozarse. Trabajaba la marinería de sol a sol bajo la mirada escrutadora de los oficiales.

Se lo representó paseando con su mujer y sus hijos bajo los tilos de una plaza de provincia, escuchando todos con religiosa unción las melodías de una banda militar. Luego lo vió en la cervecería con sus amigos, hablando de problemas metafísicos entre dos conversaciones de negocios. Era el hombre de la vieja Alemania, un personaje de novela de Goethe.

Por último, si Goethe se apasionó de Cristiana Volpius, y vivió con ella en unión inmoral y escandalosa, enmendó al cabo la falta, casándose.

Y el primero que a fuerza de hacha y de fuego vació el tronco de un árbol y se echó al agua en él, fue un semidiós para los infelices que habían de pasar ríos y estuarios nadando como anguilas... Miremos siempre abajo, amigo Ojeda, para tranquilidad nuestra, y digamos que el Goethe es un gran buque y que en él se vive perfectamente.

Corrían todos al costado de estribor para ver en la tarde brumosa el bulto negro de un barco igual al Goethe que avanzaba sobre él como si fuese a embestirlo. Algunos empezaron a sentirse inquietos por esta aproximación; pero cuando los dos buques estuvieron próximos, se fue abriendo la distancia entre sus cascos.

Era un velero de Brema y no iba a América. Se aproximaba a las costas del Brasil para tomar los vientos, ganando después el cabo de Buena Esperanza. Iba a la China a cargar arroz. El Goethe saludó con un bramido el pabellón enarbolado por el velero.

Era la última partida: al día siguiente iban a separarse. Y jugaban olvidados de todo, sin saber con certeza si el buque estaba inmóvil o había reanudado su marcha. Un gran retrato de Goethe adornaba el testero del salón. Presidía el poeta con su olímpica sonrisa el manejo de las barajas y el continuo beber de una parte del rebaño trasatlántico acorralado en el buque de su nombre.

A veces se inclina Goethe por esta senda a un neo-platonismo flamante y a un paganismo espiritualizado; a veces vuelve con ansia de fe a la doctrina de Cristo y lee fervorosamente los Evangelios y los libros devotos.

Palabra del Dia

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