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Actualizado: 15 de octubre de 2025
La señora de Aymaret habitaba el verano la pequeña posesión de las Loges, situada a dos kilómetros, poco más o menos, de los Genets.
Y ahí tienes por qué mi matrimonio, aun deseándolo tanto mi tía y yo, no acaba de salir de los limbos de la hipótesis... A propósito de mi tía: ¿vas a venir a los Genets? Mi tía me dice en su última carta que cuándo puede contar contigo. A partir del 15 de agosto estoy libre y a sus órdenes. ¡Magnífico! No la conoces, ¿es verdad? No, hijo, ni aun de retrato.
La llegada del artista a los Genets despertó en ella ardiente curiosidad, y le gustó el hombre por su modesto continente y su grave melancolía.
¿Crees preguntó Jacques que Beatriz querrá a mi hija, que se portará bien con ella? ¿Por qué suponer lo contrario? ¡Es verdad!... ¿De manera que tu tía me permite que lleve la niña a los Genets? No sólo lo permite, lo desea. De nuevo quedaron en silencio. Y bien, querido maestro, ¿es cuanto deseas que yo te diga?
También era exacto que el marqués de Pierrepont estaba de regreso en Francia hacía algunas semanas, pero no hizo más que pasar a uña de caballo por París, para presentarse en los Genets a su tía, impacientísima ya por su larga ausencia.
Entretanto había llegado la apertura de la caza, y esta novedad trajo a los huéspedes de los Genets otro elemento de animación y de placeres. Las señoritas de la colonia se ensayaban en este género de sport, con gran desesperación y terror grande de los cazadores serios.
Pero los triunfos que en el salón de 1875 obtuvieron los cuadros de Fabrice decidieron a la desconfiada baronesa, dignándose por fin otorgar su protección a un hombre que precisamente ya en aquellos momentos para nada la necesitaba; pero el hecho fue que al cabo se resolvió, y después de ardua y detenida conferencia con Pierrepont, tuvo a bien invitar al pintor a que fuera a pasar algunas semanas en los Genets, donde ella podría entregarse a las molestias consiguientes a tal operación, con más comodidad y espacio que en París.
Siéntate, entonces le dijo Fabrice mostrándole un ancho diván que ocupaba uno de los ángulos del taller. Sentóse Jacques junto al marqués y comenzó así su diálogo, con voz turbada: Voy a ser sin duda indiscreto... Pero, ¿debo entender que, según me has dicho, abandonas los Genets libre de todo compromiso y aun toda idea que se refiera a matrimonio? ¿He comprendido bien?... ¿Es así?
Después de haberse cerciorado por sí mismo de que nada faltaba para la comodidad de su amigo, Pierrepont le daba algunos detalles históricos y arqueológicos acerca de los Genets, cuando se interrumpió de pronto al oír risas y femeniles voces bajo las ventanas del departamento; aproximóse rápidamente a la ventana del saloncito, que ocupaba una de las torrecillas de los ángulos del castillo, siendo por consecuencia fácil dominar desde allí con la vista el foso... Las persianas estaban cerradas para preservarse sin duda contra los rayos del sol de una ardiente mañana de agosto, pero a través de los listones inferiores, casi horizontalmente dispuestos, pudo echar Pedro una mirada al exterior, y volviéndose con viveza a Fabrice, hízole seña de que guardase silencio, diciéndole al propio tiempo, que sonreía y bajaba la voz: Yo no tengo la costumbre de escuchar entre puertas... ni entre ventanas... pero, en este caso, la tentación se me presenta invencible... ya te diré por qué...
Los Genets era una antigua propiedad de aquella familia que había sido en parte destruída y en parte vendida, durante el período revolucionario, y sólo al cabo de cincuenta años decidióse el barón de Montauron, a instancias de su mujer, de quien aquél era el más seguro y el más humilde servidor, a rescatar en gran precio las tierras, restaurando al mismo tiempo el arruinado edificio, del cual no quedaba, otra cosa más que una hermosa y almenada torre sacrílegamente encuadrada entre dos construcciones modernas.
Palabra del Dia
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