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Actualizado: 28 de mayo de 2025
Y se alejó en dirección a las Loges, mientras que Pierrepont volvía al castillo.
Entretanto había llegado a la vista de las Loges; el marqués paróse un momento, y tocando la mano a la vizcondesa, le dijo con acento conmovido: No sé si tendré tiempo de ver a usted antes de mi partida... hasta la vista, pues... ¡mil y mil veces gracias! ¡Dios mío! ¿gracias de qué? De su leal amistad... hasta la vuelta... ¡Hasta la vuelta!
Tercero... ¡ah, Dios mío! ¡pues no me acuerdo!... Está usted segura... Muy segura, señor fatuo. ¿Tercero?... ¡Ah, ya estoy! tercero, para después del té, tennis, flirt, etc., subir al magnífico automóvil de mi amigo Jorge Baugrand, hendir el aire con él hasta el bosque de Loges y contemplar desde lo alto del camino de Fécamp una soberbia puesta de sol. ¡Ahí está todo!
La señora de Aymaret habitaba el verano la pequeña posesión de las Loges, situada a dos kilómetros, poco más o menos, de los Genets.
La señora de Aymaret abandonó el castillo y tomó el camino de las Loges, fraguando en su cabeza el mejor plan para atenuar en lo posible el rudo golpe que aguardaba a Pedro, resolviendo al cabo en sus adentros, insistir sobre la entrada de su amiga en el Carmelo y dejar en la sombra esos misteriosos amores cuya semi-confidencia había logrado arrancar a Beatriz.
Palabra del Dia
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