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Actualizado: 28 de junio de 2025


El canasto fue rodando de mano en mano. Las damas, interesadísimas, palpitantes de emoción, depositaban tiernos besos en las mejillas del recién nacido, de tal modo que al instante consiguieron despertarlo. De aquel montoncito de carne rosada salió un débil gemido que hizo vibrar de lástima a todos los corazones. Algunas señoras vertieron lágrimas.

Al estar junto á él, no supo qué decir ni cómo empezar y apelando al recurso de la acción, abarcó en sus brazos de blancas carnosidades, los hombros del temido ogro. ¡Pepe... Pepe! murmuró con voz tenue, como un gemido dulce. Y su boca se abrió paso entre las barbas patriarcales, con besos ardorosos.

Dábale compasión de la víctima, y para evitar su enternecimiento, que podría frustrar el acto, hizo lo que los criminales que se arrojan frenéticos a dar el primer golpe para perder el miedo y acallar la conciencia, impidiéndose el volver atrás. Cogió la hucha y con febril mano le atizó un porrazo. La víctima exhaló un gemido seco. Se había cascado, pero no estaba rota aún.

Lanzó un gemido lastimero y se apartó de la barandilla, encolerizadísimo, importándole un bledo cuanto sucedía en la calle. ¡Dios mío, cómo gritan! gruñó, imaginándose las bocas muy abiertas, con las muelas no atormentadas por el dolor. A no ser por el que le hacía ver las estrellas, hubiera podido gritar como los demás, quizá más fuerte aún.

Toma vanidad, toma lustre». Incapaz Isidora de desarmar a su verdugo, aunque lo intentó devolviendo cólera por cólera, hubo de rendirse al fin, y sucumbió diciendo con gemido: «Por Dios, tía, no me pegue usted más». En sus veinte años, Isidora tenía menos fuerza que la sexagenaria Encarnación.

¿Por qué no puede pasar? preguntó con entereza el sacerdote, alzando la cabeza. Porque aquí no entran p.... ni ladronas. Ante aquella injuria bárbara, la dama se tapó el rostro con las manos y dejó escapar un gemido. El P. Gil se puso rojo, y cogiendo al viejo por un brazo, le sacudió con violencia.

Amaury, cada vez más abismado en sus pensamientos, no respondió a la pregunta sino con una especie, de suspiro que más bien parecía un gemido, cuya explicación esperó Felipe en vano durante unos momentos, prosiguiendo después: Te voy a explicar los indicios que sirvieron a tu pobre y débil amigo para conocer que estaba enamorado nuevamente.

Bruscamente llevó la mano a la mesa de noche, encendió la bujía y saltó de la cama: acercose al espejo y se contempló largamente, repasando con el dedo todos los rincones del rostro para cerciorarse de que no existían las temidas arrugas. Un gemido que sonó detrás le hizo volver la cabeza. Levantó la bujía y clavó una mirada recelosa en su hija, tendida en el suelo y tiritando. La niña no dormía.

¿Por qué, corazón? No contestó. Siguió caminando algún tiempo y dejó escapar un gemido. Después parose nuevamente, y echando los brazos al cuello a su doncella, comenzó a sollozar con amargura. ¡Soy muy mala, Genoveva, soy muy mala! Mi corazón no acaba de verse libre de impurezas; el demonio y la carne me tienen aún sujeta. ¡Si supieses qué pecado he cometido ayer!

Su cólera, quebrantada al fin por tan horrible tensión, empezó á desvanecerse, y Batiste, repitiendo su rosario de insultos, sintió de pronto que su voz se ahogaba hasta convertirse en un gemido. Al fin rompió á llorar. Ya no injurió más al matón. Fué poco á poco retrocediendo hasta llegar al camino y se sentó en un ribazo con la escopeta á sus pies.

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