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Había alquilado un buque entero: «El Ceilán». Y a la mañana siguiente, por un mar azul-prusia, bajo el vuelo blanco de las gaviotas, cuando los primeros rayos del sol ruborizaban las torres de Nuestra Señora de la Guardia, puse proa hacia Oriente. «El Ceilán» tuvo un viaje monótono y lleno de calma hasta Shang-Hai.

El aspecto de la goleta con los mástiles rotos, tumbada sobre una banda como un animal herido en el corazón, era triste, lastimoso. El mar chocaba contra las peñas y sobre el costado del barco, produciendo un ruido violento como el de un trueno, las gaviotas comenzaban a revolotear en derredor nuestro, lanzando gritos salvajes.

Callaos, hijos míos, en nombre del Cielo, callaos; lanzáis unos gritos capaces de asustar a las gaviotas. Guardaos vuestros ¡viva Santiago! para más tarde. Ya gritaréis eso en la plaza de San Antonio. Será de un gran efecto; pero, mientras tanto, veamos el medio de forzar el reducto de esos condenados. Y mostraba la cámara en la cual se hacía siempre un ruido infernal.

Se siente ese silencio del mar lleno del gemido agudo del viento, del grito áspero de las gaviotas, de la voz colérica de la ola, que va en aumento hasta que revienta en la playa y se retira con el rumor de una multitud que protesta.

Por último, al sur y sud-este el Mediterráneo, las montañas y costas africanas, y después de la «Punta de Africa», que hace frente al Peñón de Gibraltar, Ceuta en el fondo de su pequeño golfo, semejante á un nido de gaviotas; y mucho mas léjos, como un punto blanco, el puerto y la ciudad de Tánger, mostrándose vagamente detras de un velo de ardiente gasa producido por las reverberaciones del aire inflamado.

Salían de la bodega en grupos de treinta, con su hatillo, entraban en la ballenera y los llevábamos hasta un arenal de la playa, y cuando había una braza de fondo o algo menos, echábamos toda la chinería al agua. Ellos chillaban como gaviotas al ver el mar alborotado; se les recomendó que formaran la cadena, y así fueron llegando a tierra.

La faja de la tierra se extendia claramente á la vista, con un cerco de barcos pescadores desplegando al viento sus sencillas velas; y en la orilla se destacaban sucesivamente, como nidos de gaviotas, las alegres poblaciones vecinas á Barcelona, contando desde Badalona y Masnou hasta la activa Mataró y Arenys de Mar.

Suelo ir a ver a Shempelar, sobre todo si tiene obra nueva, y hablamos; pero mi paseo constante no es hacia el río, sino hacia el muelle; veo cómo pescan en Cay luce, y cómo van entrando las barcas de bonito y las goletas de cabotaje; oigo, riendo, las riñas en vascuence de las mujeres a los chicos, porque todas estas mujeres de mar tratan a la prole a fuerza de chillidos, como si imitaran a las gaviotas, y cambio algunas palabras con los pescadores.

Un amanecer, Jaime, que había traído su escopeta, disparó dos tiros contra un grupo de cabras que estaban a gran distancia, seguro de no tocarlas, por el placer de verlas saltar en su huida. Los estampidos, agrandados por el eco del canal, poblaron el espacio de chillidos y aleteos. Eran centenares de gaviotas viejas y enormes que abandonaban sus guaridas espantadas por el estruendo.

Un hijo de doctor Zurita, que iba al frente sable en alto marcando el paso, gritaba con el imperio de una casa triunfadora: «A ver gringo, avanza un poco... Un... dos. Un... dos. , gallego, hazte pa atrás». Fernando, apoyado en la barandilla a corta distancia de los músicos, seguía con los ojos el lento balanceo del castillo de popa, sobre el cual aleteaba una ronda de gaviotas.