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Actualizado: 8 de mayo de 2025


A juzgar por las apariencias, en España hay muchos más distritos que candidatos, y muchos más ciudadanos elegibles que ciudadanos electores. Hombres que se han pasado el invierno sin gabán comparecen ahora en la tertulia del café con distritos magníficos. No me extrañaría nada que alguno de ellos empeñara el suyo...

Y seguía su camino, embozado hasta los ojos, porque hacía un frío de dos mil diablos. Otros no se limitaban a sonreír y apretarle la mano, sino que en justa correspondencia a su confianza sacaban con mano temblorosa de los bolsillos del gabán o de lo interior de la gabardina algún instrumento resonante también de menor categoría, una trompeta, un cuerno de caza, una matraca.

Lubimoff admiró al guerrero de guardia, un viejo de bigote blanco, cargado de hombros, casi jorobado, con gabán de color castaña y sombrero hongo. Un brazal rojo y blanco en una manga era todo su uniforme.

Trujéronle allí su asno, y, subiéndole encima, le arroparon con su gabán. Y la compasiva de Maritornes, viéndole tan fatigado, le pareció ser bien socorrelle con un jarro de agua, y así, se le trujo del pozo, por ser más frío. Tomóle Sancho, y llevándole a la boca, se paró a las voces que su amo le daba, diciendo: ¡Hijo Sancho, no bebas agua! ¡Hijo, no la bebas, que te matará! ¿Ves?

A lo que respondió el del Verde Gabán: -Yo, señor Caballero de la Triste Figura, soy un hidalgo natural de un lugar donde iremos a comer hoy, si Dios fuere servido.

Traía en pie el cuello del gabán, ajada la camisa, un apabullo en el sombrero, rojos e hinchados los ojos, y trascendíale el aliento a vino trasnochado. Quedóse muy sorprendido y turbado a la vista de Currita, y con la forzada sonrisa del escolar que encubre una picardihuela con una mentira, le dijo: He estado a ver a los antropófagos... En el Jardín de las Plantas.

Ni en el mes de Agosto entraba en el suyo sin ponerse gabán. Sus hijas se empeñaban en anticipar la estación porque aún no hacía calor, ¿verdad? Yo, que sudaba por todos los poros, convine con él en que más bien hacía fresco, y con esta respuesta le confirmé, al parecer, en la idea que había concebido de retirarse.

Es verdad que Castillejo no parecía el mismo. Iba con gorra de viaje y un grueso gabán, cuyo cuello le tapaba media cara. Tenía en los ojos un brillo agresivo. Su aliento olía á alcohol, circunstancia extraordinaria, pues el general es sobrio. No pude excusarme con mi trabajo. Eran las once, y Castillejo había esperado á que terminase mi artículo.

Se vio en una calle mal alumbrada, levantándose el cuello del gabán mientras ella se estremecía en su abrigo de pieles. Les hacía temblar el brusco tránsito del dormitorio caldeado al vientecillo glacial del anochecer. Salieron de la casa con cierto encogimiento, sin atreverse a mirar los muebles y los cuadros, modesta decoración reunida al azar cuatro años antes.

Una columna caída le servía de asiento y una campiña desolada de melancólico fondo. Sombreaba sus facciones de helénico dios un amplio chambergo y cubría sus vestidos con una túnica blanca, a modo de gabán de viaje. Con este exterior un tanto grotesco lo había representado el artista, soñando sobre las ruinas del agro romano.

Palabra del Dia

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