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Actualizado: 8 de junio de 2025


Y se bebió de un golpe la copa que le ofrecía la tabernera. Desde el camino, un grupo de chicuelos que venía siguiéndole mirábalo a distancia, lanzándole insultos. ¡Coleta!... ¡Tío del gabán! ¡Borracho!

El Sena comienza a helarse, y en vez de la blusa, yo quisiera conquistar un buen gabán de abrigoMi ideal consistía entonces en ser un proletario de gabán, y creo que lo realicé ya algo entrado el verano... Pero volvamos a los proletarios de levita. «Todo el mundo piensa en los obreros escribe un periódico conservador . Todo el mundo se ocupa de los proletarios de blusa.

El hijo predilecto de la Iglesia, sonriente y ruborizado, sacó del bolsillo del gabán un librito de cubierta elegantemente impresa a dos tintas, lo abrió por la primera página, donde aparecía el retrato de la santa duquesa de Turingia grabado en madera, y lo entregó abierto a la señá Rafaela.

Ella, con tiernísima solicitud, exclamó muy alarmada: ¡Jesús, Fernandito, me dan miedo esas cosas!... ¿Están sueltos?... ¿Muerden?... ¡Ca, no!... Si son unos negros cualquiera... ¡Más feos!... Y se abrochaba con disimulo el gabán, para ocultar a Currita que llegaba su consideración a los antropófagos hasta el punto de visitarlos a las diez de la mañana, de frac y corbata blanca.

Era hermoso, era joven, me adoraba con sus ojos misteriosos de animal de la selva, y yo, sin embargo, lo encontraba ridículo y me burlaba de él cada vez que balbuceaba en inglés uno de sus cumplimientos orientales... Temblaba de frío, le hacían toser las brumas, movíase como un pájaro bajo la lluvia, agitando sus velos lo mismo que si fuesen alas mojadas... Cuando me hablaba de amor, mirándome con sus ojos húmedos de gacela, me daban ganas de comprarle un gabán y una gorra para que no temblase más.

Salí de la sala tan fastidiado que no permití que nadie me acompañara. En el «hall», mientras me ponía el gabán, que los dueños de casa se consultaban, estupefactos... Se irá porque tiene siempre la costumbre de jugar al billar después de comer decía la señora. Tal vez contestaba el señor. Pero más bien parece que le ha hecho mal la comida... Se ha indispuesto repentinamente.

Tomé, pues, el bastón, el sombrero y el gabán y en cuatro brincos me planté en la calle, sin que me fuera dable evitar, a pesar de mi presteza, que ella ya me llevase unos treinta pasos de delantera. Me lancé como una flecha en seguimiento suyo, y poco a poco logré acortar la distancia.

Donde quiera que se encontrase aquel cuerpo larguirucho, aquel gabán raído, aquellos pantalones con rodilleras y tal cual remiendo, no se podía dudar que, con sus pobres trazas, Ramón Limioso era un verdadero señor desde sus principios así decían los aldeanos y no hecho a puñetazos, como otros.

Eran tres: uno de Marsella y dos de Córcega; los tres pequeños, barbudos, con igual rostro curtido y resquebrajado, e idéntico gabán de pelo de cabra, pero de aspecto y humor completamente distintos y aun contrarios. De la manera de vivir de aquellas gentes, deducíase al punto la diferencia de ambas razas.

Freneuse entró bruscamente, pasó por delante de ella, se detuvo en el salón alumbrado, sin volverse siquiera para ver si ella le seguía, se quitó el sombrero y el gabán y apoyándose en la chimenea, miró fijamente á la que poseía el secreto de que dependía su salvación.

Palabra del Dia

lanterna

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