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Actualizado: 8 de mayo de 2025
El portero, que era hombre de mal genio con los humildes, le contestó con muy desagradable talante que no estaba. Lázaro se quedó parado un buen rato, mirando al portero, como si le pareciera inverosímil la declaración de aquella sibila con gabán galonado. Este creyó que no lo había dicho bastante claro, y repitió: ¡No está!
¿Cómo es eso, D. Facundo? preguntó avanzando hasta colocarse a su lado. Te lo explicaré en seguida repuso Hojeda en tono confidencial, parándose otra vez y otra vez cogiéndole por la manga del gabán.
Los primeros en presentarse fueron el ingeniero francés y Moreno. Este último, para completar el frac, oculto bajo su gabán, había creído necesario ponerse un sombrero de copa.
Todo fue ilusión; la puerta siguió cerrada. «Vaya, murmuró con ira, abrochándose el gabán, ese granuja no ha dado el recado;» y luego, con tristeza: «Adiós, Rosita, ya no volveré a verte.» Y muy a su pesar, después de aguardar todavía un rato, comenzó a alejarse lentamente de aquellos sitios, caviloso y con el corazón apretado. Al dar otra vez sobre el pueblo, fue cuando salió de su meditación.
Fuera de esto, era un muchacho encantador; y en caso de duda, bastaba con preguntarlo a su mamá. ¿Quién llevaba con más garbo que él el gabán sin costuras, ancho y deforme como un saco? ¿Quién, en verano, iba más mono con el trajecito de franela y la marinera de paja? ¿Quién daba mejor sombrerazo rígido, moviendo al mismo tiempo la cabeza y levantando un pie?
Cerca ya de las seis salieron del establecimiento y enderezaron los pasos hacia la calle de la Reina, donde vivía el general Ríos. Era noche cerrada todavía. Al llegar vieron el coche a la puerta en espera ya de su dueño. Pasaron al conde un recado por el lacayo y no tardó en presentarse envuelto en un gabán de pieles; el lacayo venía detrás con los sables.
En un país organizado para millonarios, el ilustre naviero debiera poder adquirir un gabán de varios millones de pesetas. Hoy no puede adquirirlo, y es que el millonario se encuentra postergado en el mundo. Mientras todos gozamos de la vida en proporción con nuestros recursos, el millonario, no.
Hace veinte años que viene todas las tardes, con el mismo sombrero en que pone: Redón, con el mismo gabán que se levanta escrupulosamente al sentarse. A veces sonríe y se pasa la mano por la barba. ¡Aquellos oradores sí que hablaban bien! exclama este viejo. Yo quiero saber quiénes eran aquellos oradores.
»Y yo no creo, Pepita, que haya un tormento mayor que éste. Nos pueden robar nuestra hacienda, nos pueden robar la capa y el gabán, ¡pero robarnos nuestro espíritu! ¿Comprendes tú, Pepita, que haya una cosa más terrible que ésta? »Ahora son las dos; todo está en silencio.
Milord, esa señora baja del coche en el zaguán, atraviesa el vestíbulo, sube por esa escalera y se mete en su habitación, que está en el primer piso... No tardará en llegar... Salí á la acera y me levanté el cuello del gabán. Hacía frío aquella noche, aunque estábamos en abril, y, fumando y paseando, me decidí á esperar.
Palabra del Dia
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