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Actualizado: 24 de junio de 2025


El centinela, imposibilitado por la consigna y por la verja para abandonar el puesto, abalanzóse a los hierros de esta y vio al hombre de la capa tendido en la acera; gritó entonces al cabo de guardia, dio a los fugitivos por tres veces la voz de ¡alto!, y con el fin de despertar la alarma, disparó el fusil por dos veces.

Al francés hay que verlo á la hora en que procura remediar sus imprevisiones. Diga lo que diga el bárbaro de tu primo, hay entusiasmo, hay orden... Peor que nosotros debieron verse los que vivían días antes de lo de Valmy. Todo desorganizado: como única defensa, batallones de obreros y campesinos que por primera vez tomaban un fusil.

Luego desistió, con la convicción de que este movimiento era inútil. Demasiado tarde. Sus ojos, desmesuradamente abiertos por la proximidad de la muerte, siguieron fijos en el francés. Este se había echado el fusil á la cara. Un tiro casi á quemarropa... y el alemán cayó redondo. Sólo entonces se fijó en el ordenanza del capitán, que marchaba algunos pasos detrás de éste.

Puédese fácilmente fortificar el puerto, construyendo una bateria en la punta de piedras, que está al sud-oeste de la primera entrada en la costa del norte, porque aquí se estrecha la entrada, y pasa el canal á tiro de fusil de dicha punta: ni podrán los navios batir la fortaleza construida en este sitio, porque en bajando la marea, se quedarian encallados, pues toda la ensenada, fuera de la punta, se queda en bajamar con poca agua, y aun en el canal estrecho apenas llega á tres brazas.

El hombre, que ocultaba en los bolsillos algunas barras de jabón, se dió á la fuga. Como eran las dos de la tarde, Pontes no pensó en hacer uso del fusil y corrió detrás de él, seguro de alcanzarle ó por lo menos de hacer que le detuviesen. Sucedió, en efecto, lo primero. El guarda tenía admirables piernas; cerró la distancia y pronto llegó á tocarle. ¡Date! ¡date ó te mato!

El trabajo escaseaba; había sobra de brazos, era reciente la indignación contra los petroleros perturbadores del país; los Borbones acababan de volver, y los ricos temían dar entrada en sus fincas a los que habían visto antes con el fusil en la mano, tratándoles de igual a igual, con gestos amenazadores.

Tenía entonces cuarenta años; sentíase ágil y fuerte, y aunque su humor era pacífico y nunca había tocado un fusil, le animaba el ejemplo de algunos estudiantes tímidos y piadosos que se habían fugado del Seminario, y, según se decía, peleaban en Cataluña tras la capa roja de don Ramón Cabrera.

Jamás; porque jamás la furia de ese compadre alcanzará un grado más elevado, y yo apostaría mi buena escopeta contra un fusil inglés a que él perecerá. ¡Santa Virgen! ¡cómo tarda! haced que llegue pronto. Pero, ya está aquí, es él... es Pepe Ortiz. ¡Viva Pepe! ¡viva Ortiz!

Siendo inútiles todos los esfuerzos que doña Brígida hizo para que se durmiese a una hora racional, le arrojó de casa sin conmiseración. Don Jaime pidió permiso para sacar debajo de la talma azul gendarme que usaba por las noches, un viejo fusil de chispa que había en el desván. La magnánima señora se lo otorgó a condición de llevarlo descargado. Salió después Alvaro Peña.

Al despuntar la mañana, en una de las casas del pueblo se abrió el portón del corral y, precedidos de una mujer, salieron al campo dos soldados de infantería con el uniforme despedazado y sucio: uno de ellos llevaba fusil, y el otro iba sin armamento.

Palabra del Dia

rigoleto

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