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Actualizado: 22 de julio de 2025
Repetidas veces la paralítica le diera consejos, haciendo funestos vaticinios, que se cumplían al fin. Incorporada a medias sobre la cama, concentrando en los ojos la vida furiosa de su cuerpo, repitió la madre, con desprecio y con ira: ¿Y ahora? Amparo permaneció pálida e inmóvil.
Tengo que permanecer inflexible por grande que sea la emoción que experimento bajo vuestra mirada... Pero, ¿qué es lo que oigo? Esa voz que se oye abajo... ¡Es la condesa! Se ha vuelto a toda prisa, furiosa sin duda de que la haya engañado. Tengo que irme, Marta. Cuando esta causa de mal humor haya pasado, le anunciaré nuestro casamiento. Estáis de nuevo temblando, calmaos.
Todo su ser estaba consagrado a la salvación de Germana; toda su alma luchaba contra el peligro presente con una voluntad de hierro. Jamás el genio del bien había adoptado un aspecto más feroz y más terrible. Se leía en su rostro una abnegación furiosa, una amistad exasperada, una ternura irascible. No era ni una mujer ni una enfermera, sino un demonio femenino que disputaba su presa a la muerte.
Y más tarde no quería pensar cuándo , lo casaría con una mujer que fuera de su agrado; su nacimiento obscuro iba á realzarse con la seducción de una riqueza enorme... Pero el mundo se desplomaba de pronto en una demencia furiosa, y este príncipe de la suerte, cuya madre había conferenciado tantas veces con su jefe de cocina, imaginando sorpresas gastronómicas dedicadas á él, lloraba desde una llanura glacial remota y triste: «Mamá... hambre. ¡Tengo hambre!»
Yo conocí una joven y linda novicia que tampoco quería tener más esposo que Jesucristo, y que se ponía furiosa cuando le hablaban de salir del convento, hasta que un Viernes Santo vió a cierto joven al través de la verja del coro. A los quince días la hermosa novicia abrió por la noche una de las rejas del convento y se arrojó a la calle, donde le esperaba su amante y hoy feliz esposo.
Esta mujer le fascinaba de tal suerte que se mostraba confuso, ruborizado, sin saber qué decir ni hacer. Los compañeros, que lo sabían, mirábanle con disimulo y enviaban sonrisas y guiños a la joven, la cual adoptaba un continente protector, maternal, con él. Se reía como los demás de aquella extraña y furiosa pasión; pero en el fondo se sentía halagada por ella.
¡Ah, estás acá! ¿Sabes lo que han hecho? ¡Te juro que esta vez se van a acordar de mí! ¡Alfonso! ¿Qué? ¡No faltaba más que tú también!... ¡Si no sabes educar a tus hijos, yo lo voy a hacer! Al oir la voz furiosa del tío, yo, que me ocupaba inocentemente con mi hermana en hacer rayitas en el brocal del aljibe, evolucioné hasta entrar por la segunda puerta en el comedor, y colocarme detrás de mamá.
Sin embargo, Rang atestigua haber visto uno del tamaño de un tonel, y Perón encontró otro de iguales dimensiones en el mar del Sur, que rodaba, roncaba, entre el oleaje con grande estrépito. Sus brazos, de seis ó siete pies de longitud, se desplegaban en todas direcciones, simulando una furiosa pantomima de horribles serpientes.
Y bien; cásate con Herminia, y si la señorita Guichard te atormenta, coges á tu mujer del brazo y te la llevas. Tú serás siempre independiente. Así pues si Herminia te ama.... Me amará. ¡Debe amarte ya! Pero la señorita Guichard estará, de seguro, furiosa por no haberte visto desde hace dos semanas.
Lo cual visto por don Quijote, pareciéndole que allí venía bien usar de su caballería, socorriendo a las doncellas menesterosas, puesta la mano en el puño de su espada, en altas e inteligibles voces, dijo: -Ninguna persona, de cualquier estado y condición que sea, se atreva a seguir a la hermosa Marcela, so pena de caer en la furiosa indignación mía.
Palabra del Dia
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