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Actualizado: 22 de junio de 2025
Y como no es posible, sin que nos peleemos, continuar esta conversación, me voy y te dejo. Adiós, hija. Señor padre, vaya usted con Dios y El le ilumine para que no continúe usted desatinando tan lastimosamente. Don Paco salió con precipitación y muy enojado de casa de su hija, y no quedó ella menos furiosa.
Los ojos espantados, con cierto extravío, de la parturiente, no expresaban ternura de ningún género; de fijo ella no pensaba en el hijo; pensaba en que sufría nada más, y en que se podía morir, y en que era una atrocidad morirse ella y quedar acá los demás. Padecía y estaba furiosa; tomaba el lance, en la suprema hora, como un condenado a muerte, inocente, pero no resignado y apegado a la vida.
¿Cómo? ¿De veras? preguntó éste con alegría. ¡Oh, buen trabajo me ha costado! Estaba furiosa. ¿Y tu papá? Papá aún no sabe nada; pero cederá también... ¡Vaya si cederá!... La receta no puede ser más eficaz. ¿Qué receta? La que he empleado... La cosa se había puesto tan fea, que ya estaba resuelto que tú no volvieras más a casa. A mí me mandaba a Tejada en castigo.
Los nihilistas habían acordado otra tentativa inmediatamente después del último desastre, tentativa desesperada e inútil, pero que, sin embargo, habría demostrado que ni el rigor de la más furiosa reacción apagaría su ardor ni disiparía sus esfuerzos.
Ya mal dispuesto contra ese intruso, había vigilado sus visitas a Rosalinda, le había sorprendido saliendo de la finca por una puerta de la que no se servían mucho sus propietarios y esto encendió en su alma la violenta enemistad que acababa de estallar furiosa en la reunión de la alcaldía.
Una noche, hallándose sola, corrió furiosa a la reja, se agarró a ella, deseosa de hacerla pedazos, y a gritos, que alborotaron la calle, decía: «Y, sin embargo, soy noble. ¡Jueces, notarios, abuela, gente toda que me tenéis aquí, yo soy noble!». Luego recorría de un ángulo a otro el cuarto con las manos en la cabeza, gritando: «Soy noble, soy noble.
Cualquiera otra se hubiera desmayado ante aquella escena; pero ella no estaba de ese humor. Agitada, furiosa, dijo en voz alta: ¡Dame el revólver, yo le mato! Esta frase tuvo un gran éxito. El coro la acogió con risas y muestras de aprobación. Uno exclamó: ¡Olé por la niña de sangre!
Alcázar se volvió a los salones muy alegre, pero tembloroso aún por la violenta emoción que su querida le había hecho experimentar. Nunca la había visto tan furiosa. La amistad de ella con Pepa se había remachado desde la escena que hemos descrito más atrás. La viuda se había persuadido de que la salvación de su fortuna se fundaba en este cariño y procuraba fomentarlo.
Alvaro Peña se levanta exaltado a su vez, ardiendo en noble deseo de llevar el convencimiento a su adversario, y se entabla una contienda furiosa, descomunal, que dura cerca de una hora, en la que toman parte todos o casi todos los socios de aquella ilustre reunión de notables. Nada más semejante a las famosas reyertas que entre los griegos pasaban delante de los muros de Ilion.
Ya sabrá que si no es por usía no se represa el Santa Ana, y sabrá también que puede ser que a lo mejor nos traiga a Cádiz dos docenas de navíos. Dos docenas, no, hombre dijo ; eso es mucho. Dos navíos, o quizás tres. En fin, yo creo que he hecho muy bien en venir a la escuadra. Ella estará furiosa y me volverá loco cuando regrese; pero... yo creo, lo repito, que he hecho muy bien en embarcarme».
Palabra del Dia
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