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CAP. IV. Como entramos Por la Tierra. Otro dia adelante, el Governador acordò de entrar por la Tierra, por defcubrirla, i vèr lo que en ella havia. Fuimonos con èl, el Comifario, i el Veedor, i Yo, con quarenta Hombres, i entre ellos feis de Caballo, de los quales poco nos podiamos aprovechar. Llevamos la via del Norte; hafta que

Libro Tercero: Capítulo I: De lo que le sucedió en la Corte luego que llegó hasta que amaneció. Entramos en la Corte a las diez de la mañana; fuímonos a apear, de conformidad, en casa de los amigos de don Toribio. Llegó a la puerta; llamó; abrióle una vejezuela muy pobremente abrigada, rostro cáscara de nuez, mordiscada de facciones, cargada de espaldas y de años.

Cuando ésta, instada por nosotros, le dijo: Como no haya nadie más que estos señores, por bien puede hacerlo. Se levantó con graciosa resolución exclamando: Malo y rogado son dos cosas malas... Vamos andando. Levantámonos todos también con alegría y en pelotón fuímonos a la sala. La hermana María de la Luz iba haciendo gestos de susto y escándalo.

Fuímonos a acostar y en toda la noche yo ni don Diego pudimos dormir; él trazando de quejarse a su padre y pedir que le sacase de allí, y yo aconsejándole que lo hiciese, aunque últimamente le dije: "Señor, ¿sabéis de cierto si estamos vivos?

Despues que nos partimos de los que dexamos llorando, fuimonos con los otros

CAP. IV. Como entramos Por la Tierra. Otro dia adelante, el Governador acordò de entrar por la Tierra, por descubrirla, i vèr lo que en ella havia. Fuimonos con èl, el Comisario, i el Veedor, i Yo, con quarenta Hombres, i entre ellos seis de Caballo, de los quales poco nos podiamos aprovechar. Llevamos la via del Norte; hasta que

Vino la noche. Fuímonos ahuchados a la postrera faldriquera de la casa. Mataron la luz; yo metíme luego debajo de la tarima. Empezaron a silbar dos de ellos y otro a dar sogazos. Los buenos caballeros, que vieron el negocio de revuelta, se apretaron de manera las carnes ayunas (cenadas, comidas y almorzadas de sarna y piojos), que cupieron todos en un resquicio de la tarima. Estaban como liendres en cabellos o chinches en cama. Sonaban los golpes en la tabla; callaban los dichos. Los bellacos, que vieron que no se quejaban, dejaron el dar azotes y empezaron a tirar ladrillos, piedras y cascote que tenían recogido. Allí fue ella, que uno le halló el cogote a don Toribio y le levantó una pantorrilla en él de dos dedos. Comenzó a dar voces que le mataban. Los bellacos, porque no se oyesen sus aullidos, cantaban todos juntos y hacían ruido con las prisiones.

Fuímonos a una, donde él se acostumbraba apear, y hallamos a la puerta más de doce ciegos. Unos le conocieron por el olor y otros por la voz.

Fuímonos a dar un paseo, y nos encontramos ¡qué casualidad! al oficial de la mesa en el Retiro, ocupadísimo en dar una vuelta con su señora al hermoso sol de los inviernos claros de Madrid. Martes era al día siguiente, y nos dijo el portero: Vuelva usted mañana, porque el señor oficial de la mesa no da audiencia hoy. Grandes negocios habrán cargado sobre él dije yo.

Ordenó que se diesen, y dijo que viniesen los tudescos presto porque le hallasen allí, y que él pensaba hacerse á la mar aquella noche; y si descubría á la mañana á la armada hacer su camino de Sicilia, y si no que volvería por los tudescos y la otra gente á recogerlos, si no hubiesen llegado antes que partiese, y que dejaría allí la galera Condesa, que era la mejor que él tenía, para que esperase todo lo posible para recogerme si quisiese irme; y con esto volví al fuerte y orden que se embarcase toda la gente que se pudiese en los esquifes, especialmente los alemanes, y fuímonos á la marina á embarcar D. Alvaro y Guimarán y D. Pedro Velázquez y yo, donde por ser bajamar y no poder llegar á la orilla una fragata en que habíamos de ir todos á las galeras, pasamos á ella D. Alvaro y yo en un barco muy chico con orden que volviese por el Conservador y por Guimarán, á los cuales, ó por no haberlos hallado allí, ó no haber vuelto á ella el barco, no vinieron á nosotros, y paresciéndonos gran vergüenza irnos sin ellos, los esperamos hartas horas; y en comenzando á crescer el agua, ya cerca del día, nos allegamos á tierra, y preguntando por ellos nos dijeron que había gran rato que eran idos, con lo cual nos fuimos, entendiendo que habían pasado de largo por no habernos hallado en la posta que estábamos, y así nos amanesció en el camino y reconoscimos que toda el armada era levada, y la víamos que iba lejos, y mucho más adelante otras velas que juzgamos ser nuestras naves, y parte eran algunas dellas y la mayor el armada del turco.