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Actualizado: 2 de mayo de 2025
Luisa no daba señal alguna de vida; Kasper y Frantz conservaban una inmovilidad de piedra entre la maleza.
Diez minutos después llegaba el trineo a la linde de estos bosques, y el doctor Lorquin, volviéndose sobre la silla del caballo, preguntó: ¿Qué hacemos ahora, Frantz? Este es el sendero que se dirige a las colinas de San Quirino, y este otro el que baja al Blanru. ¿Cuál tomamos? Frantz y los hombres de la escolta se aproximaron.
Materne dijo que era preciso subir lo más alto que fuese posible, con el objeto de dominar la llanura para adquirir noticias ciertas que llevar al vivaque, pues todas las habladurías de los fugitivos no valían lo que una simple ojeada al terreno. Kasper y Frantz estuvieron conformes, y comenzaron los tres a trepar por el monte, que forma una especie de promontorio avanzando dentro de la llanura.
El silencio era tan profundo, que se oían los pasos del caballo en la nieve, y, de vez en cuando, su entrecortada respiración. Frantz Materne se detenía algunas veces, dirigía una mirada hacia las laderas obscuras y luego apresuraba el paso para alcanzar a los demás.
Mas al oír un ruido que se escapaba del pecho de su padre, algo así como sollozos interiores, ambos jóvenes se quedaron atónitos y no pudieron dejar de pensar: «¡Cómo nos quiere! ¡Nunca hubiéramos creído esto!» Frantz y Kasper se sintieron también conmovidos hasta las entrañas.
Cuando Dubreuil hubo acabado, se dirigió a su asiento, mientras decía: ¡Ya lo ven ustedes! ¿Y cómo tiene usted esto? preguntó Kasper. Ese cartel, hijo mío, está puesto en todas las esquinas. ¡Pues bien, no nos parece mal! dijo Materne asiendo el brazo de Frantz, que se levantaba echando chispas por los ojos . ¿Quieres fuego, Frantz? Aquí tienes mi eslabón.
Viene con nosotros, Frantz. ¿Y Kasper? Ha recibido una pequeña herida, pero no es nada; ahora verás a los dos. En el mismo instante, Catalina se arrojó en brazos de Hullin. ¡Oh, Juan Claudio! ¡Qué alegría tan grande al volver a verle! Sí murmuró el anciano lúgubremente ; hay muchos que no volverán a ver a los suyos. ¡Frantz! se oyó gritar al viejo Materne . ¡Eh, por aquí!
Materne prometió vigilar el desfiladero de la Aduana con sus dos hijos, Kasper y Frantz, y contestar a la primera señal que le hicieran desde el Falkenstein. Al día siguiente, Juan Claudio marchó a Dagsburg, muy temprano, para ponerse de acuerdo con su amigo Labarbe, el leñador.
Se adelantaba al paso; y ya Frantz había apuntado, cuando detrás de él apareció otra lanza y otro cosaco, y después otro... En toda la extensión del monte, sobre el fondo pálido del cielo, no se veían mas que banderolas en forma de cola de golondrina y el brillo de las lanzas de los cosacos, que avanzaban en fila, directamente hacia el trineo, pero sin apresurarse, como gentes que iban en busca de algo, unos alzando la vista y otros inclinándose en la silla para mirar entre la maleza.
¡Un momento, amigo mío! No se trata ahora de despachar a nadie; se trata de ver lo que pasa. Frantz y Kasper llevarán armas; pero tú, como te conozco, vas a dejar aquí la carabina, el cuerno de la pólvora y el cuchillo de monte. ¿Y por qué? Porque tienes que entrar en poblado, y si te cogen con armas te fusilarán inmediatamente. ¿Me fusilarán? Desde luego.
Palabra del Dia
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