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Aislada como está en el centro de una plaza, al contemplar su masa imponente no se sabe qué admirar mas, si la ligereza y elegancia de sus formas, el atrevimiento de su magnífica torre, ó la imponderable finura y el exquisito gusto de sus adornos ó esculturas, particularmente en el portal principal que sostiene la base delantera de la torre.

Ella temía la desvergüenza del fraile, y el fraile el genio violentísimo de ella. De este miedo mutuo nacía el que se tratasen por lo común con extremada finura y con el comedimiento más exquisito y circunspecto, á fin de no terminar cualquier coloquio en pelea ó disputa.

En lo que se había adelantado a su tiempo era en los pantalones, porque los traía muy cortos. Siempre llevaba guantes, hiciera calor o frío, fuesen oportunos o no. Para él siempre había el guante sido el distintivo de la finura, como decía, del señorío, según decía también. Además, le sudaban las manos. Aborrecía lo que olía a plebe. Los republicanitos tenían en él un enemigo formidable.

Rafaela le encontraba muy fino, y lo que es el señor de Figueredo aún ponderaba más su finura. Con lo único que Rafaela no podía transigir era con el fanatismo anti-europeo y sobre todo anti-español de sus doctrinas históricas. Rafaela se empeñó, pues, en convertir a Pedro Lobo, haciendo de él una persona razonable.

Y creo bien tan desembarazadamente y con tanta finura nos hizo los honores de su lagar, que no tuvo más fastidio que el de la dificultad de procurarnos cómodo asiento en aquel sitio. Nada diré de nuestra conversación la primera que sostuve con un hombre con quien he hablado mucho después.

Barragán se sentó y a su lado Tristán. Aquél volvió a pasear una mirada salvaje por la estancia y sonriendo ferozmente preguntó con la mayor finura: ¿Cómo está usted, Tristanito? Bien, ¿eh? ¿Y Clarita? ¿y el niño? Me alegro, me alegro muchísimo. Una vez enterado de la salud de todos pensó Tristán que el paisano pasaría a explicarle el asunto serio que allí le traía. Pero no fue así.

Alguna vez se dignaba sonreir el egregio huésped y hacía a su bella interlocutora el honor de levantar los caídos párpados para fijar en ella una mirada de curiosidad y simpatía. La joven, exaltada por aquella honra, con las mejillas encendidas y los ojos brillantes, departía con fácil ingenio y palabra, mostrando tanta gracia y finura, que el Duque quedó de ella altamente complacido.

Imaginaba que Echeloría había de llorar por él y había de decir a Salomón, con todo miramiento y finura, que no le amaba porque amaba a otro; y daba por cierto que Salomón, que era benigno con las mujeres, y tan galante y condescendiente que las consentía tener ídolos de la tierra de cada una de ellas no debía de ser feroz con Echeloría, sino que, no bien supiese que su ídolo era Mutileder, había de ceder en sus pretensiones.

Quedamos, pues, en que dar el «» es facilísimo; sale solo; se revela en la emoción que nos embarga; por muy quedo que se diga, lo expresa muy alto el estado de nuestro ánimo. Lo difícil, lo árduo, es decir «no», negarse a la relación solicitada. En esta ocasión es cuando ha de revelarse la educación de la mujer, su finura espiritual, los recursos de su ingenio.

La conducta de Isidora en la cárcel era irreprensible: no daba escándalos; trataba a las celadoras con urbanidad y miramientos; se había hecho querer de todas, y las presas que pudieron gozar de su intimidad, se hacían lenguas de su buen corazón, finura y agradable trato.