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Hablaron un buen rato en la entrada del mercadillo, sin fijarse en miradas maliciosas ni darse cuenta de los rudos encontronazos de la multitud; él la cargaba con el ramo más hermoso que veía, seguíala en su correteo por el Mercado, de puesto en puesto, y después la acompañaba hasta su casa, lentamente, saludando a los vecinos de los pisos bajos, que consideraban a Juanito como un conocido y se hacían lenguas, especialmente las mujeres, del «gancho» de la costurerilla, una mosquita muerta que había sabido «pescar» un novio rico, según aseguraban los mejor informados de la calle.

Manejaba con torpeza la cerrada sombrilla, y de vez en cuando miraba con ansiedad la doble cadena de oro que descendía del cuello a la cintura, como si temiese la desaparición de un regalo largamente solicitado. Rafael dejó de examinarla para fijarse en su señora.

En el patio resonó un alarido de terror, acompañado de brutales carcajadas. Luego carreras ruidosas, choque de cuerpos contra las paredes, todo el estrépito del peligro y el miedo. Rafael se levantó de un salto, sin fijarse en la Marquesita, que rodó por tierra. Tres muchachas entraron en el mismo instante, con tal impulso, que derribaron varias sillas.

Aquellos infinitos sitios de que había hablado a Carlota eran una piadosa mentira. Quedó inmóvil, con el pensamiento vacío y el corazón apretado. Unas ansias atroces de sollozar le subían del pecho a la garganta amenazando ahogarle. Pero logró tenerlas encerradas: sólo algunas lágrimas brotaron a sus ojos sin darse cuenta hasta que vio la mirada de los transeúntes fijarse con curiosidad en él.

Transcurrió mucho tiempo; las palomas silvestres, enardecidas por la calma y la soledad de la fragua, revoloteaban en la plazoleta sin fijarse en el cazador, inmóvil y olvidado de ellas. Un gato avanzaba lentamente por el ruinoso tejado, con estiramientos de tigre, pretendiendo atrapar a los inquietos gorriones. Pasó más tiempo.

Ana lo olvidó todo de repente para pensar en el dolor que sintió al oír aquellas palabras. «¿Si habré yo visto visiones? ¿Si jamás este hombre me habrá mirado con amor; si aquel verle en todas partes sería casualidad; si sus ojos estarían distraídos al fijarse en ?

Vea me dijo dicen que aquella estrella es la estrella del amor... agregó señalando a Venus que titilaba como un diamante suspendido en el cielo. ¿Quién se lo ha dicho a usted? ¿don Camilo?... le pregunté. ¡Ja, ja! con qué tono me lo pregunta usted... ¿Cree usted que don Camilo tiene tiempo para fijarse en el cielo?... ¡Cómo no! ¿No se ha fijado en usted?

Y aquí conviene fijarse en que, a juzgar por las frases de Pacheco arriba citadas, Velázquez entró al servicio real cobrando salario; palabra que basta para dar idea de las relaciones que por toda su vida habían de unirle con el monarca. Difícil, si no imposible, e impropio de un libro de vulgarización, sería pretender fijar cuadro por cuadro y año por año, toda la labor del artista.

De esta suerte trascurrió largo rato: el dueño del puesto junto al cual se habían detenido, comenzaba a fijarse en ellas. Paz, desasosegada, fuera de , se mordía los labios, pugnando por tragarse las lágrimas, y el aya la miraba sin atreverse a chistar. «No viene, no viene» pensaba la pobre niña, en cuyo corazón arraigaba rápidamente la esperanza. «¿Estará dentrola decían sus celos.

Y yo me decía: «Cuando sea hombre, he de ser igual al patrón...» Aunque usted me vea ahora así, yo he sido muy pinturero y me ha gustado imitar a las personas que valen. Los primeros días que Jaime pescó en el Vedrá olvidábase de mirar al agua y al aparejo que tenía en la mano, para fijarse en el coloso que se alza sobre el mar, despegado de la costa.