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Apenas duran algunas horas, cuando los montes de piedra duran millones de años; pero en realidad la diferencia no es grande. Con relación á la vida del globo, nubes y montañas son fenómenos de un día. Minutos y siglos se confunden, cuando se han sumergido en el abismo de los tiempos.

7.º Luego toda filosofía que quiere explicar la razon aislándola; que solo considera fenómenos particulares, sin lazo general; que pretende levantar el magnífico edificio de nuestra razon con solos los hechos particulares; que no apela á un fondo comun, á un manantial de luz de donde nazcan todas las luces, es una filosofía falsa, superficial, en lucha con la teoría, en contradiccion con los hechos.

La vista de esos valles y esos montes serenó mi espíritu; el espectáculo sublime que ofrecen aqui el cielo y la tierra me reconcilió con la idea de una divinidad coexistente con el mundo; el orden que observé en todos los fenómenos me hizo reconocer la Providencia; y al volver la vista á mis semejantes, me vi obligado á sospechar que aun en medio del desorden que reina en las sociedades obedecemos sin sentirlo á una ley por la que tarde ó temprano se ha de cumplir nuestro destino.

Vive de su agencia, pero la desprecia; en cambio su profesorado no le da más que obligaciones, pero eso le enorgullece. Los ladinos que quieren buenos ajustes conocen bien lo que tienen que hacer; dicen que cantan según el método Campistrón y en seguida son presentados como fenómenos de arte por el vanidoso agente.

El que se nos trasmita el conocimiento del órden de los fenómenos intelectual puro, por medio de la palabra ó de otro signo, no destruye el carácter de la intuicion: pues que se reunen todas las condiciones necesarias, cuales son: la representacion interna, y la relacion de esta á un objeto determinado que nos afecta.

Antes de Kant, ¿se ignoraba por ventura, que teníamos la percepcion de la exterioridad de los fenómenos? por cierto: la dificultad no estaba en la existencia de esta percepcion atestiguada por el sentido íntimo; sino en su valor para inferir la existencia de un mundo externo, en sus relaciones con él; la dificultad estaba, en la parte subjetiva de la percepcion, sino en la objetiva.

Se comía, allá arriba, lo que salía al paso, lo que daban los pasmados venteros: chorizos tostados, chorreando sangre, unas migas, huevos fritos, cualquier cosa; el pan era duro, ¡mejor! el vino malo, sabía a la pez, ¡mejor! esto le gustaba a Quintanar: y en tal gusto coincidía con su esposa, amiga también de estas meriendas aventuradas, en las que encontraba un condimento picante que despertaba el hambre y la alegría infantil. En aquellos altozanos se respiraba el aire como cosa nueva; se calentaban a los rayos del sol con voluptuosa pereza, como si el sol de Vetusta, de allá abajo, fuera menos benéfico. Notaba Ana que en aquella altura, en aquel escenario, mitad pastoril, mitad de novela picaresca, entre arrieros, maritornes y señores de castillos, a lo don Quijote, se despertaba en ella el instinto del arte plástico y el sentido de la observación; reparaba las siluetas de árboles, gallinas, patos, cerdos, y se fijaba en las líneas que pedían el lápiz, veía más matices en los colores, descubría grupos artísticos, combinaciones de composición sabia y armónica, y, en suma, se le revelaba la naturaleza como poeta y pintor en todo lo que veía y oía, en la respuesta aguda de una aldeana o de un zafio gañán, en los episodios de la vida del corral, en los grupos de las nubes, en la melancolía de una mula cansada y cubierta de polvo, en la sombra de un árbol, en los reflejos de un charco, y sobre todo en el ritmo recóndito de los fenómenos, divisibles a lo infinito, sucediéndose, coincidiendo, formando la trama dramática del tiempo con una armonía superior a nuestras facultades perceptivas, que más se adivina que de ella se da testimonio. Este nuevo sentido de que tenía conciencia Ana en estas expediciones a los ventorrillos altos de Vistalegre, camino de Corfín, le inundaba de visiones el cerebro y la sumía en dulce inercia en que hasta el imaginar acababa por ser una fatiga. Entonces la sacaban de sus éxtasis naturalistas una atención delicada de Mesía o una salida de buen humor intempestivo de Quintanar. Don Víctor creía que en el campo, sobre todo si se merienda, no se debe hacer más que locuras; y, por supuesto, era según él indispensable que alguien se disfrazase cambiando, por lo menos, de sombrero.

Bonis no se lo explicaba; porque aunque filósofo como él solo, amigo de reflexionar despacio y por sus pasos contados, sobre todos los sucesos de la vida, importáranle o no, era de esos pensadores que tanto abundan, que no hacen más que dar vueltas a ideas conocidas, alambicándolas; pero no descubría, no penetraba en regiones nuevas, y, en suma, en punto a sagacidad para encontrar el por qué de fenómenos naturales o sociológicos, era tan romo como tantos y tantos filósofos célebres que, en resumidas cuentas, no han venido a sonsacarle a la realidad burlona ninguno de sus utilísimos secretos.

Salido el hombre de la esfera de las sensaciones, de esos fenómenos que le ponen en relacion con el mundo exterior, se encuentra con otro órden de fenómenos, igualmente presentes á su conciencia.

Hay aquí una relacion recíproca, una especie de paralelismo de fenómenos y realidades, que se explican y se completan recíprocamente.