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Actualizado: 4 de junio de 2025
Maltrana, después de desasirse, continuó con entusiasmo: Me dedicaré a la política; quiero que seas una gran señora, y en este país no hay camino mejor para subir aprisa. Yo llevo dentro algo. El día que me conozcan, impondré respeto. Seré director de periódico, seré diputado... ¡Llegaré a ministro, Feli, y tú serás mi mujer, la esposa de Su Excelencia!...
Aquel vals, que a primera vista parecía escrito para un baile de criadas, era una pieza sublime: la obra tal vez de un gran genio desconocido. El joven no vacilaba en sus afirmaciones; aquello era tan magnífico como la Novena sinfonía. Alza, Feli: vamos a darnos dos vueltecitas. A ver cómo meneas ese cuerpecito gitano. Ninguno de los dos sabía bailar.
Isidro quiso beberlo, y de nuevo rozó con su boca la boca de Feli. ¡Otra vez! exclamó la muchacha, echándose atrás entre sonriente e indignada . Pero, condenado, ¿no ves que nos miran... que pasa gente? Después rió del gesto desalentado de Isidro, el cual bajaba la cabeza como un niño enfurruñado. Con mimosa gracia puso en su boca la naranja.
La escasez, con sus angustias, le agriaba el carácter. El señor Vicente, tal vez por esto, parecía rehuir su trato. Entraba y salía sin verle, sin hablarle. Ya no se acercaba a Feli con su bondad misteriosa para dejar dinero encima de los corsés. En cambio, una tarde que ella estaba sola, llegaron el Indio converso y aquel cura viejo, vagabundo como el señor Vicente.
¡Ay, la conciencia! ¡La agobiadora pesadez del remordimiento! Ya no sentía dolor por la muerte de Feli.
Pagaban tres duros por él; pero transcurrido el primer mes, no pudieron satisfacer el segundo, y abandonaron la habitación, salvando casi milagrosamente sus escasos muebles. Más aún que los tormentos del hambre, temía Maltrana las inquietudes y desasosiegos que traía consigo el alquiler. Feli sólo se preocupaba de asegurar el techo.
En cambio, oían a los pájaros, contemplaban campo y cielo al abrir sus ventanas, no tropezaba su vista con una sucia pared a unos cuantos metros de distancia, que los robaba el aire y el azul del espacio. Isidro, con su imaginación, embellecía el barrio. Un siglo antes, era aquella parte la más hermosa de Madrid. ¿Veía Feli las praderas al otro lado del río?
Bastó un saludo algo tímido para que Feli sonriera, olvidando todos los propósitos de seriedad que se había forjado al verle. Sus mejillas se enrojecieron con el recuerdo de lo ocurrido en la tarde cíe Carnaval. Isidro comenzó a hablarla con emoción.
Feli reía del Ingeniero, de sus pretensiones galantes y del mastín con faldas que le acompañaba. Es un hombre temible dijo Isidro con tono irónico . El terror del barrio... Y tú parece que le has dado golpe: tendré que vigilaros... Volviendo hacia lo alto del Rastro, asomáronse al patio de las Viejas Américas.
La muchacha intentó detenerse. ¿Adónde iban por allí? Pero Isidro la empujó con dulzura. Echa para adelante; vienes conmigo, que te respeto y soy un caballero. No vamos a pasearnos por una calle donde tantos nos conocen: nos sería imposible hablar. Siguieron un camino entre los sembrados, ennegrecido por la carbonilla de una fábrica cercana. Feli continuó el joven , era preciso que hablásemos.
Palabra del Dia
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