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Actualizado: 4 de julio de 2025


Era el mismo escenario de su dicha, como él era el mismo Maltrana; pero había soplado un viento glacial, matando la alegre hojarasca llena de rumores y de cánticos, dejando sólo el escueto ramaje. Los almendros de la Huerta del Obispo, que derramaban en otros tiempos lluvias de flores sobre la cabeza de Feli, parecían ahora escobas plantadas por el mango.

El dinero iba desapareciendo, sin que los tardos e irregulares ingresos bastasen para sostener la casa. Feli le pareció menos agradable. Trataba a Isidro con el cariño de siempre, le cuidaba y mimaba con aquella adoración que hacía de ella una devota más que una amante, pero tenía crisis de inexplicable tristeza, que parecían contagiarle a él.

¡Y en este matadero de la investigación había desaparecido su Feli!... ¡Allí se había disuelto su cuerpo, sin que bajasen a la tierra más que restos informes y despedazados en el fondo de una espuerta!... ¡Feli! ¡Feli!... Repetía su nombre, recordando los mil detalles de su amorosa intimidad.

Le inspiraba nueva simpatía, por haber conocido a Feli; creía encontrar en él un vago recuerdo de la muerta. El doctor le saludó alegremente, mirándole con ojos de miope mientras limpiaba los cristales de sus lentes.

Su embarazo era lo mismo que los otros. Debía dejarle en paz. Tenía asuntos más graves en que pensar; estaba desesperado por las injusticias de que era objeto. Nadie hacía caso de la juventud; no la abrían camino... Y después de estas lamentaciones dormíase, mientras Feli, en la obscuridad, se pasaba las manos interrogantes por aquella montaña, motivo al mismo tiempo de alegría e inquietud.

Feli y su amante deseaban adquirir la cama antes que los otros muebles, y se detenían indecisos al ver en los puestos y en las puertas de las tiendas camas de todas clases, de hierro y de madera, unas plegadas, otras extendidas, con su colchón de muelles. La muchacha deteníase, asombrada por esta abundancia, indecisa, desorientada, gustándole varias a un tiempo y sin decidirse por ninguna.

Pero ¡nos vamos a arruinar, nene! suspiraba ella, posando la cabeza en un hombro del amante . no tienes dinero para tanto. Maltrana protestó. El trabajaría. ¿Y para quién era todo su dinero?... Para su Feli, para su gorrera graciosa, que lo había abandonado todo; siguiéndole a él, pobre y feo. ¡No digas eso!... suspiraba ella . eres el hombre más guapo de Madrid, el que más sabe.

La muchacha sentía el trastorno de sus entrañas en forma de náuseas, vahídos y crisis de nervios, y Maltrana, con su egoísmo de hombre superior, abandonaba la casa, en busca del placentero trato de los amigos. El estado anormal de Feli coincidió con un suceso que hizo temer a Isidro por la vida de la muchacha. Una mañana se presentó el señor Manolo el Federal.

Isidro se aproximó más, pegando todo un lado de su cuerpo al de Feli, percibiendo la firmeza elástica de su carne, su tibia suavidad, al través del mantoncillo y la falda sutil.

Por las noches entraba Maltrana en casa cada vez más tarde. La tímida Feli había tenido que vencer su miedo a las habitaciones desiertas, a las terroríficas imágenes del señor Vicente. Cosía hasta más de las once a la luz de un quinqué comprado en el Rastro. El señor Vicente, al volver a su habitación y ver luz por debajo de la puerta, tocaba discretamente con los nudillos.

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