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Actualizado: 4 de junio de 2025
El buen sentido femenil le hizo despreciar tales preocupaciones, y una noche, al regresar Maltrana a su casa, vio la habitación llena de corsés blancos y modestos, corsés de pobre, que Feli había recogido en el taller. Pasaba las horas con el busto inclinado sobre su enorme vientre, en el que descansaban los armazones de lienzo.
Feli comenzaba a dudar de él: su fe sufría ligeros desmoronamientos.
Le anonadaba el pensar en Feli enferma, debilitada por el trabajo, no pudiendo vivir como él al aire libre, confiada al azar de la bohemia, y que, además, llevaba en su seno una nueva amenaza del porvenir. Vagó largo rato por las calles, con el pensamiento agobiado por su infortunio. Al pasar por la Puerta del Sol vio que eran las nueve en el reloj del Ministerio.
Algunos días después notó Isidro que el señor Vicente retardaba sus salidas matinales, o volvía a casa muy temprano, como buscando una ocasión para hablar con él. Le miraba por la puerta entreabierta, al pasear por su biblioteca mascullando oraciones; pero no osaba pasar adelante, como si temiese abordarle en presencia de Feli.
Feli, que no le había visto desde su fuga de la casa paterna, acogiole con grandes muestras de cariño. ¿Y el padre?... Pero el señor Manolo apenas contestó. Necesitaba decir a Isidro algo muy interesante; le invitaba a bajar a la calle, para expresarse con mayor libertad. Maltrana bajó tras él, adivinando algo grave en el gesto hosco del capataz.
Ella también deseaba la nueva vida: estar siempre junto a Isidro, no volver a aquel barrio de traperos, que le parecía ahora más sucio, más triste. Maltrana discutió con Feli largamente los detalles de su instalación. Hay que ser prácticos decía ; hay que ser burgueses... Y Feli contestaba, con no menos seriedad: Ya verás hacer economías y vivir bien.
El mal no tenía remedio. ¡Miserable de él! ¿Dónde estaba la poesía de su pasión? ¿Qué había de común entre él y aquellos amantes que había visto en los libros, inclinados sobre el lecho de la moribunda, abrazándola y gimiendo el último adiós?... ¡Feli, Feli!
Maltrana, siempre que veía de lejos este cementerio, destacando en el cielo las techumbres redondas de sus pabellones, las columnatas y la helénica vegetación de sus esbeltos cipreses, pensaba en una acrópolis clásica de aquellas que eran fortaleza, santuario y paseo a un tiempo. La dulce calma, cortada por el rumor del follaje y el piar lento de los pájaros, disipó la inquietud de Feli.
Antes morir los dos de miseria, que ver a la adorada, a la dulce Feli, degradándose de nuevo con las fatigas de la obrera. Ella era una señorita: la mujer de un escritor. La muchacha acogió estas protestas encogiendo los hombros.
Feli, te esperaba porque necesito hablarte, porque deseo que charlemos sin prisa. Tengo que decirte cosas importantes. Los dos atravesaron la calle, saliéronse de ella, y sin darse cuenta de lo que hacían, se internaron en los campos, siguiendo la linde del tercer depósito, hacia el cementerio de San Martín, que alzaba en el fondo su masa de cipreses.
Palabra del Dia
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