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Actualizado: 4 de mayo de 2025


Abríase ante ellos la Ribera de Curtidores, con su declive tan rudo, que las últimas casas tienen sus tejados al nivel del arranque de la calle. Por encima de las cubiertas de las Américas veía Feli la ondulación de los cerros amarillentos, la llanura castellana, de suaves hinchazones, con su sequedad que acusa los objetos a luengas distancias.

Su curiosidad de mujer excitábase con el perfume del pecado; su severidad le hacía abominar de aquella juventud que se adoraba a espaldas de la religión. Maltrana no sabía qué decir. La tristeza creaba un gran vacío en su pensamiento. Además, le cohibían tantas miradas fijas en él. Era un martirio permanecer ante Feli sin poder cogerla la mano, atemorizado por los ojos hostiles de la monja.

Feli necesitaba todo su tiempo para el trabajo, y apenas si de tarde en tarde podía entrar en la cocina.

Los dos jóvenes llegaron al parterre que se extiende ante la Patriarcal. Sus pasos, haciendo crujir la arena, sonaban agigantados por el silencio. De vez en cuando oíase el chillido de un pájaro y el follaje se estremecía con invisibles aleteos. Feli, que siempre había visto de lejos este cementerio, sintió gran inquietud al encontrarse cerca de él.

¡Lo que ha llorado esa chica antes de que nos llevásemos el pequeño! ¡los besos que le ha dado!... Me preguntó por ti... Ve a verla, hombre; la pobre se alegrará, y bien lo necesita. Maltrana pasó mucho tiempo sin visitar a Feli. Todos los días formábase el propósito de verla a la mañana siguiente.

En las primeras horas de la noche, cuando Feli estaba sola, el señor Vicente entraba un instante en la habitación de sus huéspedes. Como la joven tenía que darle algunos recados, el devoto decidíase a pasar la puerta. Durante sus ausencias presentábanse algunos amigos preguntando por él.

Feli sentía curiosidad por conocer un matrimonio entre gitanos. Había oído cosas estupendas. Cogemos un cántaro dijo riendo una compañera de la Teodora , lo echamos por alto, se rompe, y ya están casados. ¡Gaya, malage!... exclamó la vieja . No le tomes er pelo a la señorita.

Pensaba en ella con agradecimiento, pero decíase que hubiera sido mejor no conocerla nunca, no haber abierto un libro, pasar del Hospicio al aprendizaje. Ahora sería oficial de albañil; su Feli le llevaría la cesta a la obra, como la llevaba su madre; comerían en una acera, en un paseo, sin otra aspiración que la alegría de satisfacer las necesidades del cuerpo.

Le repugnaba vagar con Feli todas las tardes por los campos inmediatos a los Cuatro Caminos, acompañándola después a su barrio, cuando cerraba la noche. El Mosco, aunque no ponía gran atención en los actos de su hija, comenzaba a mostrar cierta extrañeza por la tardanza con que se presentaba de vuelta del taller, alegando ocupaciones extraordinarias para justificar su retraso.

Vivimos mal, Feli decía . ¿Crees que estoy satisfecho de la existencia que te ofrezco?... Ahora podemos sufrirlo todo porque somos jóvenes, porque nos amamos. Tenemos la salsa que hace chuparse los dedos con el plato más insípido: la alegría y el amor... Yo estoy bien, nene. Quisiera quedarme para siempre así... con la cabecita en tu hombro... y dormirme... y no despertar nunca.

Palabra del Dia

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