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Actualizado: 16 de junio de 2025


Era un rebelde: «los martillos para derribar el templo, dentro del templo se forjaban». Cumplíase la ley fatal de todas las religiones, cuando la fe se desvanece y la gran muchedumbre no siente el fervor de la primera edad.

Llorar triste y suspirar sólo puedo; ay, Señor, no... tuya no debo ser yo, recházame de tu altar. Los votos que allí te hiciera fueron votos de dolor, arrancados al temor de un alma tierna y sincera. Cuando en el ara fatal eterna fe te juraba mi mente ¡ay Dios! se extasiaba en la imagen de un mortal.

Se arrojó sobre nosotros, y repentinamente vi brillar dos espadas. Carlos hizo caer la de su adversario, y bajando la punta de la suya, dijo: »Escúcheme usted, escúcheme: su esposa es inocente, lo juro delante de Dios. »¡Y bien! ¡pronto vas a justificarte delante de él! dijo el Conde, que acababa de recoger su arma y comenzaba de nuevo el combate con una rabia que había de serle fatal.

Era tan fatal la expresión de su rostro de calmuco, con un ojo contraído y otro muy abierto, que todos vieron una línea ilusoria desde la boca de su pistola al pecho del que estaba enfrente, un camino que la pequeña esfera de plomo iba á seguir con inexorable rectitud. Orgulloso de su superioridad, el príncipe retardaba el momento de dar la muerte, por una especie de coquetería salvaje.

Llegada la órden de replegarse, el oficial se reune á su cuerpo, habiendo perdido en el puesto fatal á casi todos sus soldados. Ya le teníamos á V. por muerto, le dice chanceándose uno de sus amigos; no se habrá V. olvidado del parapeto. El oficial se cree ultrajado, pide con calor una satisfaccion, y á las pocas horas el burlon imprudente ha dejado de existir.

»No pude menos de temblar, sugestionado por aquella fatal coincidencia en la que creí ver la imagen de mi propio destino. De igual modo va apagándose el único rayo de luz que ha rasgado las tinieblas de vida... Me volví a mi cuarto llorando como un niño.» «No estaba yo en lo cierto, Antoñita; también su tío tiene momentos de desesperación y abatimiento profundos.

No podemos transcribir los términos precisos en que habló éste, que desde ahora es nuestro amigo, y nos acompañará en todo el tránsito de esta dilatada historia; pero conociendo su carácter como lo conocemos, es seguro que no será aventurado poner en boca suya éstas ó parecidas palabras: "Hay que deplorar, amigo mío, en esta imperfecta vida humana, que las cosas mejores y más bellas tienen siempre un lado malo; fatal obscuridad que proyecta en breve parte de su esfera lo más resplandeciente y luminoso.

Un ligero temblor corrió por todo mi cuerpo, y a toda prisa procuré alejarme de aquella escena. Corrí por la ciudad, haciendo inútiles esfuerzos para no escuchar el tañido de la fatal campanilla, y en todas partes tropezaba con la misma escena. Notaba que los transeúntes se miraban unos a otros con expresión de susto, y se hacían preguntas en tono bajo y misterioso.

Cuando torno la vista al pasado, condesa, y contemplo lo que era hace pocos meses y lo que ahora soy, me acometen deseos inmensos de odiar á usted. ¡Ah, si esto pudiera ser! ¡Ah, si pudiera borrar, aunque fuese con mi sangre, la pasión fatal que me atormenta!

Pues su mujer acepta heroicamente las situaciones como se las presentan, y le venga como el diablo le da a entender. Lo peor para ella es que se va envejeciendo demasiado, y esta fatal circunstancia le dobla las dificultades, porque carga sobre la infeliz la mayor parte del trabajo. Y a propósito de estas cosas, ¿qué ha sido de nuestro contemporáneo Sierra-Calva? ¡Valiente estúpido!

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