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Actualizado: 24 de julio de 2025
«¿No los habrán dejado en casa? ¿Están juntos todavía?». Y sin pensar lo que hacía, siguió hasta la calle de la Rúa, por el mismo camino que había andado a mediodía. Los balcones de casa del Marqués estaban también ahora abiertos; pero la luz no entraba por ellos, salía a cortar las tinieblas de la calle estrecha, apenas alumbrada por lejanos faroles de gas macilento.
Salió de la tienda Uceda y necesitó esperarla cerca de media hora paseando por la muralla. Al fin llegó y echaron á andar emparejados. Era ya noche completa: los faroles de la ciudad estaban encendidos. El mar rugía sordamente, batiendo su recinto amurallado. Y cuando venga la gente de la reunión ¿qué les dirá el chico? preguntó Manolo. Que me dolía la cabeza y estoy en mi cuarto durmiendo.
En 1760 el Asistente, D. Ramón Larrumbe, dando una prueba de cultura, volvió á tomar disposiciones sobre el asunto, y el día 27 de Octubre se fijó é hizo publicar un bando en el cual se leen estos párrafos: «Manda el señor Asistente que todos los vecinos de esta ciudad, barrio de Triana y sus arrabales, desde 1.º de Noviembre próximo hasta fin de Abril del año que viene, pongan faroles en lo exterior de las casas, que den luz á las calles y pasos públicos; lo que han de ejecutar desde media hora después de oraciones hasta las once de la noche: pena al que contraviniere lo mandado, de dos ducados por la primera vez, cuatro por la segunda y ocho por la tercera, aplicándose dichas multas al ministro, soldado ó persona que denunciare la contraversión en el todo ó parte de lo mandado...» Y más adelante se añadía: «Que desde las once de la noche en adelante, ningún vecino de cualquier calidad y condición que sea, pueda andar sin luz por las calles, llevándola por sí ó por sus criados con linterna, farol, acha ó mechón; pena al que contravenga, siendo persona distinguida, de seis ducados de multa con la referida aplicación; y al que no sea de esta circunstancia se le tendrá por persona sospechosa, y se le tendrá en la cárcel, para que averiguado su modo de vivir, se le dé el destino correspondiente, etc., etc.»
Bien valía aquella pregunta una inocente mentirilla, así que la contesté con un negativo monosílabo, con el que se quedó la buena de Angue en la firme creencia de que en toda la redondez de la tierra no había mas collares que el suyo, ni más faroles de colores que los de su pueblo. A las doce de la noche terminó el baile y cada cual tomó el petate.
Donde en su propia natural belleza Asiste la hermosa poesia Entera de los pies á la cabeza! Esta canalla digo que se endiabla, Que por darles calor su muchedumbre, Ya su ruina, ó ya la nuestra entabla. Vosotros de mis ojos gloria y lumbre, Faroles do mi luz de asiento mora, Ya por naturaleza, ó por costumbre,
Hay mas faroles en las tiendas que en la calle: esto sucede en el mismo boulevard: tan luego como se cierran las tiendas y hoteles que tienen alumbrado, las calles de Paris se ofrecen un tanto oscuras porque de farol á farol hay una gran distancia, y la luz llega con mucha dificultad.
Alguien está sentado en un banco del bulevar y fuma; ¿pero es él, en efecto? Los árboles, la menuda lluvia que cae, los faroles encendidos, todo es incomprensible, desprovisto de sentido, misterioso. Se levantó bruscamente y se fue. «¡Tonterías! Son los nervios. Además, no se trata de convicciones, sino de actos. Sí, de actos; eso es lo esencial.» Y tampoco recordó actos suyos.
Había interrumpido su monólogo, que sólo escuchaban las masas de negra vegetación, los bancos solitarios, la sombra azul perforada por el temblor rojizo de los faroles, la noche veraniega con su cúpula de cálidos soplos y siderales parpadeos.
El Chanchuelo me dijo, que el camino que llevaban los dos peones que van á Buenos Aires, es el peor, y que el camino mejor era por cerca de la costa hasta el Volcan, y que desde el Colorado hasta el Quenquen habia cinco dias de camino bueno. De mañana salí para el Rio Negro, y al mismo tiempo se fueron los indios: llegué al Paso de los Faroles, y me fué preciso dar allí fondo para abalizarle.
Cuatro grupos de faroles con ángeles de oro brillaban en los ángulos, y en su centro encogíase Jesús, un Jesús trágico, doloroso, sanguinolento, coronado de espinas, agobiado bajo el peso de la cruz, la faz cadavérica y los ojos lacrimosos, vestido con amplia túnica de terciopelo cubierta de flores de oro, hasta el punto de que la rica tela apenas se distinguía como débil arabesco entre las complicadas revueltas del bordado.
Palabra del Dia
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