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Actualizado: 24 de julio de 2025
Las fachadas de las grandes casas parecían alegrarse abriendo de golpe sus puertas y balcones. La fuerza armada extendíase por toda la ciudad. La luz de los faroles hacía brillar los cascos de los jinetes, las bayonetas de los infantes, los tricornios charolados de la guardia civil.
Soledad siguió á paso vivo por la calle de la Carne, que estaba á tales horas animadísima. Los faroles del municipio y las luces de los escaparates la bañaban de claridad. Discurría la gente por ella perezosamente, gozando de aquella primera hora de la noche antes de retirarse á casa. Grupos de hombres cruzaban charlando en voz alta.
Los faroles de la calle le parecían astros, los transeúntes excelentes personas, movidas de los mejores deseos y de sentimientos nobilísimos. Entró en su casa resuelto a espontanearse con su tía... «¿Me atreveré? pensaba . Si me atreviera... ¿Y qué hay de malo en esto? En último caso, ¿qué puede hacer mi tía? ¿Acaso me va a comer?
A todas las manchas de las paredes, a todas las sombras de los faroles les contaba, gruñendo, la historia de su ruina, y no había piedra de aquel camino, que no supiese la escandalosa leyenda de la fortuna del Magistral.
Sin embargo, no se podía dudar que la victoria quedaba por los labradores. A la cabeza de estos estaba una mujer, casada ya, celebrada por buena moza, Rosa, la que llenaba con mayor presteza los faroles de picadura. Con el traje propio de su sexo, Rosa era un tanto corpulenta en demasía; con el de labrador no había que pedirle.
Las estrellas desde el cielo nos hacían guiños, como si nos invitasen a gozar apresuradamente de aquellos momentos felices, que no habían de volver. A lo lejos sólo se veían, como fuegos fatuos, los faroles de los serenos. Llegamos por fin a casa.
El jardín, iluminado con faroles á la veneciana, aparecía invadido por los invitados. La señorita Guichard se vió en seguida rodeada por sus parientes y por sus amigos. Á una señal de Bobart se desencadenó la tempestad instrumental y exaltó á la concurrencia.
Desde dentro del jardin de las Tullerías, alcanzábamos á ver en dos filas simétricas los muchos faroles de gas que alumbraban los campos Elíseos, hasta el mismo arco de la Estrella, presentándose á nuestros ojos aquellas dos filas como dos columnas flotantes de fuego.
Solamente cuando cruzábamos el bosque y la luz de los faroles del carruaje, al reflejarse sobre los troncos húmedos de los árboles, enviaba cierta claridad al interior, pude distinguirla acurrucada, hundida, en el rincón opuesto al mío; se habría dicho que trataba de romper el obstáculo para tirarse a la carretera. ¡Dios mío! ¡Pobre criatura!
Se precipitaron todos a la luz de los faroles y pudieron ver a la tartana completamente desmantelada, ¡a la tartana que perseguían desde la víspera! ¡a la tartana causa primera de todos sus desastres! ¡Por fin! aulló el capitán , la Santa Virgen nos protege y Dios es justo. ¡Vas a pagar, maldito, la muerte de nuestros hermanos! Y a pesar de la impetuosidad del viento, intentó sesgar.
Palabra del Dia
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