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Actualizado: 24 de julio de 2025
Pasaban los carruajes formando una inmensa rueda en el centro del paseo; brillantes los arreos de los caballos y los faroles del pescante con el reflejo del sol; viéndose a través de las ventanillas los sombreros de las señoras y las blancas blondas de los niños. Don Andrés se indignaba ante la tenacidad del joven.
Luego que se empezaron á encender los faroles en la ciudad, nos dirigimos á la calle de Rívoli.
Vamos, vamos, que es tarde. Sí, señora; es tarde. Entraremos en casa cuando ya estén encendidos los faroles. No, no tanto. Ya verá usted. Si no te hubieras detenido en la fragua de tu primo.... ¿Qué fragua? Es un molino, señora. A Petra le supo a malicia lo que era una equivocación. Cuando llegaban a las primeras casas de Vetusta, obscurecía.
Pero había de ser en la calle, pues todos ellos sentían cierta repugnancia a empujar las cancelas, como si los cristales fuesen un muro infranqueable. Los largos años de sumisión y cobardía pesaban sobre la gente ruda al verse frente a sus opresores. Además, les intimidaba la luz de la gran calle, sus anchas aceras con filas de faroles, el resplandor rojo de los balcones.
Si Sevilla interesa durante el dia, por los caprichos de sus calles empedradas, estrechas y tortuosas, por el esplendor de sus casas modernas, sus hoteles y cafés, por la magnificencia de su plaza de toros, por la majestad ó el primor de sus monumentos, por su actividad industrial y mil circunstancias, durante la noche, á la doble luz de la luna de mayo y del gas de millares de faroles, tiene un encanto particular.
Faroles de papel recortado brillaban por todas partes entre la obscuridad; la juventud tomaba puesto, y en seguida, a un redoble de los tamboriles, comenzó alrededor de las llamas un corro desenfrenado, estrepitoso, que no había de cesar en toda la noche. Después de cenar, sumamente rendidos de cansancio para correr de nuevo, subimos a la alcoba de Mistral.
Nuestros pasos resonaban profundamente en las calles solitarias; la luz triste y escasa del día que comenzaba daba cierto aspecto de antorchas funerarias a los faroles que aún se hallaban encendidos, y las casas, dejando caer de sus tejados algunas gotas de lluvia, parecían llorar mi marcha.
Los faroleros realizan a la carrera una tarea de resultados extraños, pues al apagar la luz de los faroles entregan el campo a la más franca irradiación de la indecisa luz con que el día se anuncia.
En este muelle y a pocos pasos del Mentidero, tenía su taller el padre de Zelayeta. En la ventana de la casa, convertida en escaparate, exponía poleas de madera, faroles, cañas de pescar, un cinturón de salvavidas.... El padre de Zelayeta trabajaba en su torno con un aprendiz, y, mientras él torneaba, solían sentarse a la puerta, a charlar, algunos amigos.
Se hizo misántropo. Siempre salía solo, al obscurecer, y volvía pronto a casa. Una noche le llamó la atención un ruido de colmena que venía de la parte de la catedral. Oyó cohetes. ¿Qué era aquello? La torre estaba iluminada con vasos y faroles a la veneciana.
Palabra del Dia
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