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Actualizado: 3 de junio de 2025


En el centro de una fúnebre media luz, distinguí sobre un canapé de mil doscientos francos, la sombra inconsolable de la señora de Saint-Cast, envuelta en amplios crespones, cuyo precio no tardaremos en conocer. A su lado se hallaba la señora de Aubry presentando la imagen de la más intensa postración física y moral. Una media docena de parientas y de amigas completaban aquel grupo doloroso.

Comenzó el mal de Juliana por insomnios rebeldes: se levantaba todas las mañanas sin haber pegado los ojos; a los pocos días del insomnio empezó a perder el apetito, y, por fin, al no dormir se agregaron sobresaltos y angustiosos temores por las noches, y de día una melancolía negra, pesada, fúnebre.

¿Para qué? dijo la enferma . No he de usarlo más. Al presentarle el velo, notó la ausencia de las flores de azahar. Está bien; temí que no se hubiesen fijado. Aquellos preparativos eran de una tristeza fúnebre. Mamá dijo Germana , ¿se acuerda usted de los versos del poeta Jasmin, cuya traducción me leyó usted en la Revista de Ambos Mundos?

«¡Y yo que me lo imaginaba a estas horas en la cárcel!... pensó . No habiendo sido aquí, será en Buenos Aires. La policía de allá debe estar mejor informadaLe produjo alguna sorpresa ver que «el hombre fúnebre» iniciaba un asomo de sonrisa y de saludo. «¡Ah, bellacoAhora le miraba como si quisiera hacerse amigo suyo.

Una mañana tomó el tren, y luego de faldear la montaña humeante del Vesubio, pasando entre pueblos de color de rosa circundados de viñas, bajó en una estación: Pompeya. De los hoteles y restoranes, en fúnebre soledad, surgieron los guías como un enjambre de avispas súbitamente despertadas. Se lamentaban de la guerra, que había cortado la circulación de viajeros.

Y cuando la noche ya avanza de estrellas al vago tremer, al fin de la oscura avenida un lánguido rayo se ve, fulgor diamantino que anuncia de fúnebre velo al través, que emerge de nube fantástica la Luna, la blanca Astarté. Y yo dije a mi alma: «Más que Diana ardiente, aquella misteriosa Luna rueda al través de un éter de suspiros; lágrimas de su faz una por una caen donde el gusano nunca muere.

«Esta casa añadió el amanuense dando a conocer mejor su voz melodiosa y dulce, que llegaba al alma no es una casa de divertimiento; es un asilo triste y fúnebre, señorita. Yo me hago cargo, , señorita, me hago cargo de su dolor de usted...». Y se envasó en el cuerpo, aspirándola por entre los dientes, otra gran cantidad de aire.

Fui a ver a esas señoras, y en cuanto se presentó mi hermosa prometida, sentí una impresión de luz como el que sale en pleno día de una cueva, o de un lugar de tinieblas. La pobre Elena, enfermiza e infeliz, me causó una especie de enternecimiento al que contribuyeron el aparato fúnebre y la decoración mística que rodeaban su juventud.

Los árboles gimieron en los bosques, agitando sus melenas de hojas, como plañideras desesperadas; un viento fúnebre rizó los lagos y la superficie azul y luminosa del mar clásico que había arrullado durante siglos en las playas griegas los diálogos de los poetas y los filósofos.

Llegado junto al viajero, le habló, lo tocó y dándose vuelta, dijo sencillamente a D. Salvador: ¡Pobre D. Juan, viene difunto! Más tarde, en el Perú, pude verificar la exactitud de la narración de D. Salvador. Hasta no ha mucho, se encontraban en los caminos del interior algunas mulas llevando la fúnebre carga.

Palabra del Dia

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